Capítulo 24

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                               Capítulo 24.


Hult Sullivan

El mundo se detuvo en ese preciso instante. El más mínimo mosquito se hacía pesado en el tiempo. Las hojas detuvieron su caída, los árboles dejaron de florear. El invierno cambió por el verano y el otoño por la primavera. Ahora las personas caminaban en reversa, y los bebés eran adultos y los adultos ahora eran bebés. Todo tomando una extraña dirección. Cada circuito en mi cerebro dejó su función, en mis venas dejó de fluir sangre. Mis piernas solo servían para arrastrarse, y mis brazos eran gelatinas. Yo me convertía en nada.

El suelo era una densa lava, y con cada pisada me hundía, me atrapaba, me quemaba, se deshacía de mis extremidades. Deseaba que el sentido del reloj cambiara también. Dejara de seguir a la derecha y se devolviera por la izquierda, retomando cada hora, minuto, segundo y microsegundo gastado. Me pregunté por primera vez, quién era el creador del tiempo. Debió ser una persona cruel. Tan cruel para que alguien tuviera la necesidad de hacer saber el tiempo mediante un aparato llamado reloj.

La presión en mi cabeza, explotaría mis ojos y quedaría ciego. Sangraría por la nariz y todos mis órganos explotarían dentro de mí. Mientras corría por ese largo pasillo de la sala de emergencia, el tiempo era tan cruel que nunca me hacía llegar. Por cada paso transcurrían diez segundos. Y yo no hallaba la hora en que llegara finalmente. Esquivaba a cada persona que me intentaba detener, esquivaba las enfermeras desesperadas que pedían ayuda para parar a ese loco chico que rompía las reglas del hospital y entraba a la sala de emergencia porque se le daba la gana. Sí, en ese momento perdí la razón y enloquecí. Sin querer hice caer una mesa metálica con comida que le llevaban a un paciente.

Atrás de mi escuchaba los gritos de un par de guardias. ¡Hey tú! ¡detente!

¿Por qué no lo vi venir? ¿Por qué no estaba ahí? ¿Por qué no sentí el peligro? Siendo su ángel, no habría pasado. No le habría quitado el ojo, ni un solo minuto. Ella venía a mi jodida casa cuando ocurrió esto.

Tomé el pasillo del ala izquierda, y mis pasos embestidos dejaron de ser tan frecuentes, cuando en una pequeña sala de espera encontré a todas las caras conocidas, dándome su atención. Caras llorosas, caras llenas de dolor. Sus padres, Wells, Pamela, Thomas, Camille, Bailey. Todos estaban ahí.

Mi cuerpo cayó, cuando un guardia me tiró al suelo y apoyó su peso encima de mí, dejándome sin movilidad alguna. Mi cara chocó fuertemente con el frío suelo, pero ni siquiera dolió —¡¿Acaso no escuchas?! ¡No está permitido entrar a la sala de emergencias sin permiso! —reprendió el hombre con una magnitud de fuerza increíble.

—¡Él es su novio! ¡No lo traten así, viene con nosotros! —oí la voz de Camille defenderme. El guardia aflojó su fuerza hasta liberarme, y me dio una mirada con desdén. Delante de mí, se posó el padre de Gwen, que me ayudó a ponerme de pie. Sus ojos estaban rojos, al igual que los de los demás.

—¿Dónde está? —pude murmurar apenas. Cabizbaja, apuntó con su cabeza hacia la puerta de enfrente. La cual un gran cartel la marcaba como: 

"Terapia intensiva"

Iba a volver a caer al suelo, pero por mí mismo. Hice resistencia y me mantuve firme —Su pierna izquierda se fracturó en tres partes, dos de sus cosquillas también sufrieron fracturas. Tuvo una muy fuerte contusión en su cabeza, la cual hizo que se le coagulara sangre, pero lo pudieron detener antes de que le viniera un derrame cerebral. Si no despierta ésta noche, habrá entrado en coma.

Mis pies tambalearon, hasta que mi espalda chocó contra una pared. A Gwen no podía estar pasándole esto. Cómo pude permitirlo. Cómo pude dejar que esto ocurriera, yo debía protegerla. Yo debía cuidarla en todo momento.

Ángel 234(I&II)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora