Capítulo Cuarenta Y Dos: Príncipe Demente

1.6K 152 53
                                    

Noah

Desperté al sentir que de nuevo era golpeado en la cara con algo filoso que me cortó la mejilla.

—Demonios... —. Gruñí molesto.

Abrí mis ojos lentamente y noté que ahora mismo también llevaba cadenas atadas a mis tobillos y estaba en una posición sumamente incómoda. Colgaba de mis brazos y de mis piernas cuando éstas eran jaladas por cadenas que me quemaban la piel pero no lo suficiente como para cortarme. Más bien, eran una tortura lenta que traspasaba cada capa de mí para hacerme sufrir lenta y desesperadamente.

Levanté la cabeza parar mirar los ojos a aquel hombre de nuevo y de inmediato me jalé de las cadenas para alcanzarlo, pero me fue inútil y solo acabe por lastimarme más mientras él reía al verme ahí, débil y patético.

—No puedo creer que de verdad seas tan idiota como para hacerlo —sonrió burlón mientras jugaba con la daga en sus manos que dejó que viera—, no eres un hombre, eres un niño que no sabe qué hacer.

—Suéltame —espeté—, suéltame y te juro que voy a acabarte de una vez por todas.

Él negó y yo sonreí.

—¿O qué? ¿Acaso me tienes miedo? —reí—, por favor, yo soy más fuerte que tú y por eso mismo no me sueltas. Porque no quieres que te humille frente a tus hombres para demostrarte quién es el verdadero hombre aquí.

—Me tientas a demostrarte lo que quiero pero no —hizo una mueca—, quiero que tú mismo veas lo que soy capaz de hacerte sin necesidad de usar la fuerza. No soy idiota y sé que de verdad eres más fuerte que yo por tu bendito linaje pero no basta con eso para ganar una batalla y yo te lo voy a demostrar. Soy más astuto y créeme que vas a acabar muerto después de esto.

Yo gruñí de nuevo pero al tratar de convertirme recibí una descarga eléctrica en el cuerpo que me dejó de nuevo débil ante él.

—No aprendes, lobo estúpido —. Negó.

Él señaló las cadenas que también tocó y de inmediato quemaron sus manos pero al parecer eso poco o nada le importaba porque no las soltó hasta que sus manos acabaron quemadas y mostraban un poco el hueso debajo del músculo.
Estaba loco.

—Es interesante lo que la plata nos hace a los dos pero lo que es más interesante es lo que un poco de mercurio le hace a un ángel —sonrió con malicia al ver como un hombre caminaba hasta llegar a nosotros mientras sostenía en sus manos un líquido plateado en un frasco—, es como quemarse por dentro, vivo y eso es lo quiero para ti. Que mueras y sufras mientras lo haces.

—¿Qué mierda quieres de mí?

—Nada, no me interesa ni tu poder ni lo que llevas en la sangre —negó con confianza y obviando en su falta de interés en lo que yo era al encoger sus hombros—, pero hay algo que sí me interesa de tu vida y esa cosa que anhelo con tantas ansias es tu mujer.

Yo jalé de mis cadenas para alcanzarlo en un impulso y ésta vez fui más valiente y me aguanté el dolor frente a él. No me iba a dejar intimidar cuando se trataba de él y sus amenazas en contra de Mara.

—No te atrevas a acercarte a Mara —espeté molesto—, ¿Lo oíste? Primero te mato antes que tú llegues a tocarle un solo cabello.

—No estás en posibilidad de negociar y mucho menos de amenazar —sonrió señalando las cadenas que me ataban—, además, ella va a ser la que va a venir a mí sin necesidad de que yo la tenga que buscar. Créeme. Va a volver a mí para vivir como siempre debió ser, ella siendo mi reina y yo siendo su rey.

Yo lo miré furioso al saber que pensaba en mi mujer como una propiedad suya. Estaba completamente equivocado.

—Ella es más lista que tú y no va a venir —negué fiado de mi palabra—, ella no lo hará jamás porque sabe que estás demente.

El Ascenso De Un Alfa ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora