Capítulo 11

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Joel Pimentel

Ver la expresión de Fiamma cuando entró a su oficina me alegró el día, esta chica podía llegar a ser increíble si se lo proponía.

No, no estaba molesto como tal vez le había aparentando a ella.

Sabía de sobra que esa información no era suya, alguien más la había puesto ahí por ella y estaba casi seguro de que era Johann.

No obstante, no quería sacar conclusiones antes de tiempo.

—Joel, tenemos que hablar muy seriamente. — dice Erick entrando en mi oficina como si fuera el dueño allí.

—¿Y ahora qué?

—La mierda de plan que habéis hecho, estoy totalmente en contra.

—¿De qué estás hablando?

—Tú sabes de que estoy hablando.— espeta con dureza.

—Si me lo explicas tal vez podríamos hablarlo con calma.— señalo una de las sillas que está frente a mi escritorio pero él ignora mi gesto.


—No contéis conmigo, si queréis hacerlo vosotros cuatro adelante... Pero conmigo no contéis.

—Erick, por favor, cálmate... ¿De qué va esto?

—Fiamma D'Altrui. — sisea con rabia—. No quiero estar presente para cuando la joven esté arruinada.

—¿Por qué estaría ella arruinada?

—Por vuestro estúpido juego. — apunta—. Te voy a dejar algo muy claro, no hay hombre más cobarde que aquel que enamora a una mujer para no amarla.

Impacta su puño en mi escritorio haciendo que el sonido haga eco en toda la oficina. Sin decir nada más sale, dando un fuerte portazo que es muy probable que se haya escuchado en los demás pisos.

Así que de eso trataba, eh...

Enamorar a Fiamma era una cosa sin importancia en la lista, lo único que tenía que hacer era conseguir que la joven firmara el contrato.

Y por lo visto no estaba muy lejos de conseguirlo, Fiamma se veía más confusa que nunca, la joven no sabía en quien confiar. Casi sentía pena por ella, casi.

Si la pobre supiera que el hombre que me había acusado de todas las cosas por las que desconfiaba de mi, estaba también dentro de todo esto. Intenté enviarlo en un juicio, pero no llegué a conseguir nada, solo que se alejara por un par de semanas.

La puerta de mi oficina volvió a abrirse de la misma forma que hace unos minutos.

¿Qué les pasaba a todos hoy?

—El Magnate Colón salió bastante alterado, ¿algo que decir al respecto? — cuestionó Richard mientras alzaba una ceja.

—Se ha retirado del asociamiento, no quiere saber nada.

—¿Qué? — pregunta alzando la voz.

—Sshh, baja la voz... — me quejo llevando una mano a mi cabeza, no estaba con resaca pero los efectos que me provocaban estos chicos era algo parecido.

Fiamma, Erick,  los demás magnates, Johann, el asociamiento, asuntos ilegales...

Mi mente puede llegar a colapsar en cualquier momento.

—Necesitamos al Magnate Colón dentro, si no es nuestro socio hemos perdido parte del trato.

—¿Y qué quieres que le haga yo? —cuestiono mirándolo.

—Si puedes enamorar a la italiana también puedes convencer al Magnate Colón.

—¿Por qué soy siempre yo el que tiene que hacer todo?

—Porque eres un manipulador experto.

Y con esas palabras abandona mi oficina, dejándome solo una vez más. Me levanto de mi silla y camino por mi despacho mientras aflojo mi corbata, sintiéndome ahogado en varias ocasiones.

—Jodida mierda. —maldigo, remango mi camisa y desabotono los primeros botones de mi blanca camisa, dejando mis antebrazos y parte de mi pecho al aire—. Mucho mejor.

Paso mis manos por mi cabello perfectamente peinado, logrando así despeinarlo un poco.

A pesar de todos los problemas que debería de estar resolviendo sólo uno es el que tiene importancia.

Fiamma.

La joven italiana se estaba apoderando de mis pensamientos más de lo que debería, supuestamente sólo era parte de un plan para el asociamiento pero esto estaba yendo más allá.

Pensaba en ella en situaciones comprometedoras, cosa que no ayudaba mucho a mi autocontrol.

Pellizco el puente de mi nariz cuando me doy cuenta que nuevamente estoy pensando en ella, en el dulce sabor de sus besos y en como se derretían sus labios en mi boca.

La creíamos inocente y decidimos involucrarla en esto pero no, ella es muy peligrosa, si miramos más allá de su rostro angelical podemos darnos cuenta de ello. Sus labios dan besos besos de esos que quedan tatuados en el alma. Ahí es cuando entro en razón, no la estaba atrapando yo a ella, ella me estaba atrapando a mi... Y lo peor es que todavía no era consciente.


—Señor Pimentel, su reunión con el Magnate Matheus es en diez minutos. — informa mi secretaria, sus mejillas se tornan de un color rojo pálido en cuento se fija en mi aspecto.

Sé que luzco atractivo.

Sé que si muestro un poco de piel podría tener a cualquier mujer que me proponga a mis pies.

—Cancela todas las reuniones de hoy. — digo mientras doy un leve asentimiento en su dirección.

—Pero señor...

—Limítate a obedecer, es tu trabajo.

—Lo siento. — susurra bajando la mirada para después salir de la oficina.

Camino hasta el gran ventanal que adorna la pared principal, miro los autos pasar por la carretera de forma despreocupada, más adelante veo las olas del mar chocar contra las rocas y dejar un rastro de espuma a su paso, si alzo la mirada puedo fijarme en los rascacielos que hay por toda la ciudad. El cielo estaba de un hermoso color azul, apenas había nubes pero las pocas que había eran de un perfecto color blanco y estaban esparcidas.

Apoyo una mano en el cristal, buscando la forma de escapar de la realidad por una joven de ojos verdes y falsa inocencia que engañaba con una mirada profunda. Empoderada, toda una diosa de los pies a la cabeza, sobrenatural.

Magnate Pimentel Where stories live. Discover now