CAPITULO 5

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Annie.

Escuchaba murmullos de su voz a lo lejos del pasillo, ¿Habla solo?

Sentía mis mejillas pegajosas y mis párpados pesados.

Con la tenue luz que había en la habitación examiné mi apariencia, sólo me bastó con verme los brazos para que me entraran ganas de llorar de nuevo.

Estaba toda golpeada, mis piernas parecían estar adormecidas, no las podía mover. Mis dedos acariciaban  lentamente la sábana que cubría la cama en la que estaba sentada, no pasó mucho tiempo cuando sentí otra tela. Mas delgada, y al mirarla bien es la misma que cargaba en hombro el que me trajo hasta aquí.

La levanto para verla mejor, parecía del doble de mi tamaño.

Podría usarla de capa.

Mi concentración se desvío desde la prenda hasta los pasos aproximándose, y antes de poder reaccionar ya se encontraba frente a mi.

—Vaya, ahora que la pones así dudo que te quede.

«¿Ah?»

—La camiseta, dudo que te quede—me explicó, mi confusión debió ser notoria.

No respondí, solamente me dediqué a mirarlo.

¿Él me lastimaria? Sin terminar de analizar por completo la pregunta; mi mente se llenó de recuerdos de los últimos años. Cada uno venía más fuerte que el anterior, quejidos se escapaban de mi boca gracias al dolor que se produjo en la parte trasera de mi cabeza.

Mis manos fueron hacia mis orejas, presioné ambas cómo si eso fuera a calmar el pitido que hacía eco en mis oídos.

Las manos que rodearon mi cintura en ese momento solo provocaron que comenzará a llorar.

—¡No!—retrocedí—: No, no me hagas nada, por favor, por favor... —chillé—: No quiero, no quiero.

Lancé patadas, me removía todo lo posible para que me soltara. Y todavía con mi visión borrosa pude notar como él se alejaba con las manos en alto, nervioso pero sobre todo confundido.

—¡No te voy a hacer nada!—por sus expresiones supe que gritó, pero yo lo escuché como un susurro.

Los momentos más recientes hasta los más antiguos pasaban a la velocidad de la luz por mí mente. Cada rasguño, cada cadena, cada golpiza y cada grito se reproducía en mi cabeza una y otra vez. Rápidamente, parecía una película.

Seguían y seguían pero de un momento a otro mi mente se inundó de gris.

Un pitido más fuerte ensordecio mis sentidos, perdí aquel equilibrio que me mantenía sobre mis pies.

«¿Gris? ¿No hay más?» fué lo último que pensé antes de caer rendida en el suelo.

ANNIE Donde viven las historias. Descúbrelo ahora