CAPITULO 55

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Annie.

Me asusta ser un persona tan emocional, tan dependiente. Se marchó, volvió pero, ¿Quién me dice que no se va a seguir marchando? ¿Que lo hace volver? ¿Su casa?, ¿Sus cosas? Me asusta pensar que si así me puse por unas horas, no se cómo será cuando verdaderamente no esté.

Se me estruja algo mi interior al imaginarme que eso puede pasar en cualquier momento, aquí no era mi hogar por más que Andrew intentara hacer que si. Valoro mucho las cosas que ha hecho por mi, más que otra cosa él ha sido el único que no espera algo.

No tengo nada que lo haga quedarse, tampoco sé cómo tenerlo. De tantas vueltas, Rosalva llegó a mi mente. Piernas largas, piel bronceada y sobre todo su cabello bien cuidado. Aparté las sábanas en las que había despertado y me levanté para ir al baño de la habitación. Andrew no estaba y no me sorprendía, sólo han sido dos veces en las que ha dormido conmigo. Sobre todo, la incomodidad que le sigue es abrupta.

La primera vez no hubo tiempo de hablar, estaba Manuel. La segunda, se fué a lo que se levantó.

Supongo que a lo que llegó me llevó a la habitación porque lo último que recuerdo es que el sueño me venció en las escaleras, esperándolo.

Abrí el grifo del lavamanos y tratando de no ver el espejo me lave el rostro, apreté  los ojos al enderezarme pero pasó.

En el reflejo del espejo estaba de forma nítida como me veían los demás. Bajo mis ojos solo había un cuerpo delgado, pálido y sin curvas. Recordar las piernas de la de servicio sociales me hizo bajar las manos por el pantalón de algodón, tragué grueso.

«¿Lo iba a hacer?»

Salí del baño en dirección a la puerta de la habitación, puse seguro y regrese al espejo. Mis ojos, acompañados de unas bolsas amoratadas, estaban aguarapados. Para mí esto no era fácil, pero por el movimiento que estaban haciendo mis manos parecía que lo iba a hacer.

Poco a poco, el pantalón bajo hasta tocar mis tobillos. Saqué los pies, quedando solamente con la camiseta holgada. Retrocedí unos pasos para poder ver hasta mis rodillas en aquel reflejo, viendo lo que segundos después provocó que de mi saliera un ligero sollozo.

Siempre he estado blanca, incluso pálida. Me lo han dicho en cada lugar que me ven, últimamente eso es lo que más resalta ya que ahora sí me la paso cubierta con ropa. Sin embargo, aquellas marcas rojillas que me rodean los muslos siguen, pasé las yemas de mis dedos por ellas. No pican, no se sienten secas, están curadas.

Sólo que dejaron cicatriz.

Hice lo mismo con la otra pierna, todo lo que hacía lo veía en el espejo y creo que eso fué lo que más dolió. Subí mis manos por la tela de la ropa interior, por lo mismo la camiseta se levantó, dejando a la vista del reflejo mi abdomen.

Solté un suspiro al sentirlo caliente, últimamente mi cuerpo generaba más calor que antes. Durante mucho, estuve frotando y frotando mis muñecas para generar alguna sensación de calidez, juntando como podía mis rodillas con mi pecho para que lo que me quedara de calor se comprimiera; recordar aquellas noches heladas dónde no tenía las mantas que ahora me abrigan las veces que quiera me hizo llorar.

Lágrimas silenciosas bajaban por mis mejillas hasta mi cuello. Levanté la vista y mis mejillas estaban rosadas, intentaba respirar lo mejor que podía pero no. Respiraciones dificultosas era lo único que podía obtener.

Eso es lo que pasa cuando te da dolor, dolor al ver tu propio cuerpo. Pienso que nunca voy a lograr en poco tiempo verme como en mi mente es algo ideal, algo bonito por lo menos para mí.

ANNIE Donde viven las historias. Descúbrelo ahora