CAPITULO 4

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Andrew.

Cada lágrima que bajaba por sus mejillas me hacía recordar a las mismas que yo veía cuando apenas era un niño. Tenía un vivo recuerdo de mi madre entre mis brazos y eso me hacía ahogarme en un manojo de nervios.

La pequeña criatura que sostenía entre mis brazos temblaba con cada sollozo, sus brazos se sostenían a mi con una fuerza inestable.

Suponía que sino fuese por mi agarre estaría en el suelo llorando como hace unas horas.

No sabía que hacer.

Continúe con pasos lentos hacia una de las habitaciones de invitados, la sostuve con un brazo mientras depositaba en la cama la ropa que no me molestaba en prestarle por esta noche.

Su llanto se había detenido, pero en sus ojos todavía estaban aquellas lágrimas que se negaban a caer.

Necesitaba la ayuda de Manuel urgente.

Tomándola de nuevo con ambos brazos la bajé hasta déjala sentada en la orilla de la cama.

—No tardo—le dije con la voz más tranquila que pude lograr hacer, porque sinceramente me encontraba envuelto en preguntas.

No estaba ni un gramo de tranquilo al tener a una niña en su estado bajo mi techo.

Salí hacia mi habitación y me dirigí hacía la ropa que había dejado tirada en las sábanas. Metí la mano entre los bolsillos de la chaqueta en busca de mi teléfono. Nada. Tratando de mantener la calma, tiré la prenda en el suelo y busque en los bolsillos del pantalón.

Bingo.

Mis manos temblaban levemente al buscar el número de Manuel entre mis contactos.

Joder.

Un pitido, dos pitidos, tres pitidos...

Buzón de voz.

—¡Vamos, contesta!—le grité a la nada, ya me sabía de memoria la voz de la contestadora.

Al sonar el segundo pitido de la quinta llamada...

¡¿Qué?!—ladró mi enfurecido amigo al teléfono—: Por los clavos de Cristo, ¡¿Qué?!

—Necesito que vengas ahora mismo a mi edificio—dije paseandome por la habitación con el aparato en el oído.

¿Te volviste loco o que, Andrew? Son las 2 de la madrugada...—el cansancio era notable en su voz—: ¿Qué sucedió?

—Larga historia, necesito que vengas ahora mismo. ¡Es necesario!—dije rápidamente—: Es una niña, está lastimada, demasiado diría yo.

¿Qué le hiciste?—preguntó usando aquel tono de voz que encajaba perfectamente con su trabajo, el de un policía especializando en investigación.

—¡¿Yo?! Yo nada—contesté ofendido—: es necesario que vengas ahora para solucionar esto.

Suspiró tres veces.

Estoy ahí en la mañana—dijo antes de colgar.

Imbécil.

ANNIE Donde viven las historias. Descúbrelo ahora