CAPITULO 79

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Andrew.

No puedo dormir, ya no quiero cerrar los ojos; siento que en cualquier pestañeo ella se puede ir y no. Entrando la tarde me pesaban los hombros, Annie ni siquiera quiso comer después de negarle una y otra vez que no tenía que pedirme perdón, sin embargo no sirvió de mucho más que para que subiera las escaleras sin emitir palabra alguna.

Cuando la fuí a intentar convencer de que comiera la encontré dormida bajo mis sábanas. Sus mejillas levemente rosadas me mostraban que lloro antes de caer en el sueño.

Evitando hacer un desastre bajé y guarde todo en el microondas, desde entonces no he subido. Estoy cansado y solo quiero estar como cuando desperté.

Cómo si la noche no pudiera entrar peor, el nombre de Manuel iluminó la pantalla de mi teléfono que descansaba casi en el borde de la mesa del comedor.

—Ahora no jodas.—le susurré a la nada desviando la llamada, ni un segundo paso antes que sonara otra vez—: ¡Basta!

Haciendole caso a un impulso lo tomé entre mis dedos y lo lance a algún lado de la sala. La cabeza no paraba de darme vueltas, lo que menos necesitaba eran más teorías, más testigos o más personas. Estaba evitando lo más posible que me nombraran que Annie podría salir de aquí en cualquier momento, sea por una u otra razón.

El tono del aparato retumbó de nuevo por las paredes, consideré apagarlo hasta que ví que no era una llamada, sino un mensaje.

Manuel Green. 7:44 P.M
Estoy abajo.

Negué con la cabeza aunque sabía que no me veía. Busqué el historial de llamadas y marqué. Respondió al primer tono.

—¿Qué quieres?—ladré acercándome al ventanal.

¿Le dices al portero que me dejé subir?—fruncí ceño.

—Él te conoce.—escuché que resopló.

No vengo con el uniforme.

Colgué, antes de arrastrar los pasos como si me pesara el cuerpo hasta el intercomunicador.

Señor Reyes, justo estaba por...

—Puede subir.—interrumpí, soltando el botón.

La sensación de hormigueo por los brazos me abrumó, me dolía el cuello. Estaba tenso, mucho. Me puse peor cuando los toques en la puerta me hicieron dar un respingo. Quité los seguros y la puerta se abrió, dejándome ver a mi amigo con las cejas contraídas.

—¿Qué fué todo eso?—caminé de vuelta a la sala, con sus pasos a mi espalda después que cerró.

—¿Qué?—me dejé caer en el sofá más grande. Sentandome de piernas abiertas con la espalda encorvada en el respaldo, juntando mis manos frente a mi.

—Toda esa seguridad.—se sentó en uno de los individuales, señalando la puerta.

Alcé los hombros—: ¿A qué vienes?

Pareció que el comentario que iba a decir se lo terminó tragando, tampoco es ignorante, sabe que es la última persona que quiero ver hoy. Se removió en la silla antes de mirarme, hice una mueca en señal de que se apresurara.

—¿Confiabas en mi?

«¿A qué venía eso?»

—Si.

—¿Y ahora?

Lo miré unos segundos antes de tragar en seco, eso pareció dolerle.

—Andrew..—insistió.

ANNIE Donde viven las historias. Descúbrelo ahora