CAPITULO 50

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Annie.

Tenía que ir al baño.

En mi mente ya me estaba imaginando yendo, me levantaba, caminaba lento sin querer hacer ruido, me metía en el baño y me sentaba. Cuando estaba a punto de dejarlo ir abrí los ojos de golpe.

Me enderecé y salí al baño que estaba en el pasillo. Al terminar me lavé el rostro con agua y volví a la habitación en busca de las medias, no fué sorpresa para mí ver qué Andrew no estaba. Ni cuando me pare ni cuando volví.

Bajé las escaleras lo más lento que pude, lo ví en la mesa del comedor. Sentado de forma despreocupada en una silla con las piernas estiradas, descalzo y con la camisa abierta. La misma ropa con la que estaba ayer.

Su ceño estaba fruncido mientras sus ojos estaban distraídos en las hojas que sostenía entre las manos. Tanto, que no me notó hasta que moví la silla que estaba frente a él para sentarme. Alzando la vista de los papeles, sus ojos me repasaron el rostro, me sorprendí cuando un leve color rosita apareció en sus mejillas.

No me dijo nada, aunque tenía intensión de eso. Su barbilla se movía de vez en cuando, como si las palabras no le salieran, o no quisiese que lo hicieran.

—¿Llevas aquí mucho rato?—pregunté para intentar romper el silencio.

Me abracé a mi misma de forma disimulada por debajo de la mesa. Él aire acondicionado por lo general siempre estaba prendido, pero últimamente hace más frío que de costumbre.

—No, un par de horas.—dejó un par de hojas en la mesa y tras firmarlas, abrió la laptop que tenía a su costado.—: ¿Cómo dormiste?

Miraba a la pantalla mientras hablaba.

—Bien, y gracias..—murmuré lo último, me escuchó. Lo supe porqué sus hombros se tensaron.

—¿Por qué?

—Por no dejarme sóla.—me límite a decir.

Quisiera saber que pasó entre la noche y la mañana para que de un momento a otro lo sintiera diferente. Anoche fué uno de los momentos que estoy segura que no voy a olvidar. La manera en la que me abrazaba por más que para mí tuviera un significado enorme, no se comparaba con el motivo por el que fué.

Me escuchó, escuchó como en mi mente apareció uno de los momentos en los que más mi cuerpo forcejeaba contra unos brazos. La impotencia más grande es no ver, juré que iba a perder ese sentido. Que iba a llegar el momento en dónde mis ojos se acostumbraran tanto a la oscuridad que eso iba a ser lo único que hubiera en ellos.

Así me sentí anoche, no podía abrir los ojos. No hasta que escuché aquella voz, aquella única voz que estoy segura que la podría diferenciar entre miles. La única que ha sabido como calmarme y sobre todo, darme paz.

—Annie,—alcé la mirada rápidamente—: ¿Me escuchaste?

«¿Me habló?»

Negué—: Lo siento.

Hizo una mueca, quitándole importancia, volviendo a centrarse en la pantalla.

—¿Qué era?—yo si sentía curiosidad.

Se levantó y sin decirme nada, fué a la cocina para tomar una taza y llenarla con café. Se lo llevó a la boca, arrugando el rostro al primer trago.

—Joder, que asco.—exclamó antes de abrir el microondas y meter la taza.

Le dió inicio y caminó mientras se calentaba de vuelta hasta el comedor, cruzado de brazos sobre su pecho. Gran parte del abdomen se le veía gracias a ese movimiento.

ANNIE Donde viven las historias. Descúbrelo ahora