CAPITULO 3

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Annie.

Entra conmigo en brazos hasta dejarme en un pequeño sillón, al hacerlo se regresa al pasillo inicial. Lo pierdo de vista y el silencio regresa.

Todo el sitio llama mi atención, hay poca iluminación sin contar la que entra por los ventanales de piso a techo que hay en toda la sala.

Me concentré en un gran artefacto al otro lado del salón.

Me levanté con cuidado y el frío del piso lo sentí hasta en los huesos, con pasos ligeros me dirigí hacía el. Al tenerlo enfrente su tamaño aumentó.

Era negro, teclas blancas. Abarcaba mucho espacio. Si me concentraba podía ver mi reflejo en ella y del mismo modo, ví una sombra detrás.

Un grito ahogado salió de mi garganta, y asustada me voltee dirigiendo mi mirada hacia él.

Se había cambiado de ropa.

—Lo siento, no pretendía asustarte,—se acercó con un par de prendas en mano—: Es un piano de Cola, ¿Sabes tocarlo?

Negué con la cabeza, «¿De cola?»

Todavía con las prendas en mano me miró por unos segundos sin saber que hacer, se dirigió hacia el principio de las escaleras con la intención de que lo siguiera.

Lo hice, pero al llevar más de tres escalones subidos, los quejidos y la lentitud me delataban. Escuché un suspiro de su parte y, colocándose la ropa en el hombro se acercó a mi lentamente con temor a mi reacción.

Me dejé tomar en brazos, no me sentía en peligro como en aquel callejón pero tampoco me sentía a salvo.

No lo conocía, y el estar en lo que parecía sola aquí con él no me tranquilizaba del todo.

—Supongo que debes estar cansada—me imagino que notó lo tensa que estaba—: Te vas a quedar en la habitación de huéspedes, tiene baño por si te quieres duchar.

No dije nada.

—Mañana llamaré a un amigo para que te ayude a volver a casa—continuó.

—Pero...—dije con una voz que ni yo misma reconocía, él se sorprendió—: Yo no tengo casa.

Paró en seco su caminar en las escaleras, haciendo que por inercia mi brazo ejerciera más presión en su hombro para no caer.

No sabía leer sus ojos, a pesar de que eran lo suficientemente claros. Me atrevía a decir que lucía mucho más cansado que yo.

—¿Y tus padres? ¿Dónde están?

Un nudo se empieza a formar en mi garganta y mi visión empieza a distorsionarse. Esa pregunta me la hice durante mucho tiempo, sin tener respuesta por ninguna parte.

—No lo sé, no lo recuerdo...

Me rompí.

Cada vez más lágrimas bajaban por mis mejillas, la presión en el pecho volvía y no importaba que hiciese, parecía que me podía quedar sin todo; menos sin ganas de llorar.

Su cuerpo se tensó, segundos después una de sus manos se depositó en mi espalda. No hizo nada, sólo la dejó ahí.

Y creo saber porqué.

ANNIE Donde viven las historias. Descúbrelo ahora