CAPÍTULO 29

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Andrew.

La tensión era tan palpable que me daba fatiga. Manuel desde que vio a Annie afuera de la cocina se ha mantenido sentando en el sofá con el teléfono en mano, no ha dicho palabra alguna desde que se plantó en los cojines. Annie sin embargo, se encaminó hacia el comedor, a unos pasos de él.

Al verle a ambos la nula intención de hablar, regresé mis pasos hacia la nevera encontrando los platos envueltos de plástico de hace unas horas. Saqué uno al azar y me di cuenta que era fruta.

Negué antes de sacar otro, si Annie presentaba desnutrición o baja de lo que sea, no era sólo frutas y verduras lo que debía consumir. A regañadientes saqué todos los plásticos hasta encontrarme con lo que me pareció mejor, pollo.

Dejándolo en un plato lo metí en el microondas y miré la hora, 6:58 PM.

—Annie, ¿Tienes hambre?—pregunté en voz alta por pura educación, ya estaba casi listo así que igual va para adentro.

No escuché respuesta, supuse que era porque le intimidaba la presencia del policía. Por ende, me recargué en el marco de la puerta para verla.

Asintió mientras le daba una que otra mirada a Manuel. «Lo sabía»

El pitido del electrodoméstico me hizo voltear, me acerqué a los cajones para tomar los cubiertos y salir con todo hacia el comedor. Me coloqué a sus espaldas una vez que el plato con la cena estaba frente a sus narices, estaba tan cerca de probar su primer bocado cuando Manuel se levantó.

—¿Y para mí no hay cena, papi?—la ironía estaba tan marcada que me hizo enojar.

La vena en mi frente palpitaba.

—Sino tienes nada que aportar, lárgate Green—ladré yendo a buscar mi teléfono en la encimera.

Manuel se quedó en el mismo sitio de brazos cruzados.

—¿Papi?—preguntó Annie con duda, haciendo que mis cejas se alzarán. La risa del uniformado no tardó en llegar.

Tomando el primer cojín que se cruzó por mi camino se la lancé, la atrapó antes de que le diera en la cara.

—Que karma tan grande, Reyes—se seguía burlando—: Si lo digo un poco más, quizás se le quede.

—¡Cállate!—gruñí hacia él, antes de girarme hacia Annie—: Y tu, por favor no me digas así.

Asintió mientras tomaba de nuevo los cubiertos y, aprovechando ese despiste tomé a Manuel por el cuello de su camisa, jalandolo hasta encerrarnos en la cocina. La sombra de su risa todavía estaba.

—Déjate de payasadas—amenacé.

Él bufó.

—Primero quítate el papel de héroe,—llevó una de sus manos a su frente—: ¿O quieres ser padre? Si es así búscate cualquier regalada de la esquina y metesela hasta qué...

—¡No sabes callarte o qué!—ladré haciendo que se callara—: Sabes bien porqué lo hago.

Me miró con escepticismo.

—¿De verdad, Andrew?—el tono me molestó—: ¿De verdad sé por qué lo haces?

Y la verdad es, que ni yo sabía porqué lo hacía. Sin Annie, tenía tantas guerras mentales que me eran difícil pensar de forma coherente. No podía dormir en mi propia cama, no podía estar en el carro sin tener que mirar atrás porque sentía su presencia ahí, ¿Y cómo explico el que se sintiera bien el hecho de que me dejarán traerla conmigo de nuevo?

ANNIE Donde viven las historias. Descúbrelo ahora