03-Juramento a la luz de la luna

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Pasaron dos meses y llegaron a la isla de Sasuke. Una isla remota al norte de las colonias que eran la tierra natal de Sasuke, que había descubierto en una de sus muchas aventuras.

Una vez ahí, Sasuke exige que a Sakura se le diera una de las habitaciones de su mansión y le dio su espacio. Más tarde ese día llegó una joven mucama morena con una sonrisa a decirle que la cena estaba lista y Sasuke la esperaba. Ella pensó un momento y al final se decidió a bajar, al llegar a la parte baja de la mansión se encontró con unas elegantes puertas de madera, que seguramente eran las del comedor, se abrieron y revelaron una hermosa habitación.

Un candelabro de oro iluminando, adornado de un techo con detalles haciéndole juego y una pintura (seguramente robada) puesta ahí como si hubiese sido pintado en el, bajando a las paredes a la diestra con ventanales con vista a la luna, las estrellas y el mar, acompañadas de ostentosas cortinas aterciopeladas verde esmeralda, al otro lado una puerta igual a la que le habían abierto pero un poco más pequeña y un tocador adornado de pequeñas estatuas majestuosas, sin mencionar las obras de arte adornando todo el lugar, a sus pies una brillante alfombra roja rodeando el majestuoso comedor arreglado para una velada con los cubiertos y vajillas de plata puestas anunciando un lugar para ella justo en frente de donde ahora estaba, y uno a la cabecera del fondo, donde yacía el chico azabache de sus sueños y pesadillas mientras disfrutaba una copa de lo que parecía ser vino.

La muchacha ojiverde tragó grueso al sentir un pequeño empujoncito terminando de introducirla a la hermosa habitación y oír las puertas de esta cerrase, atrapándola con él.

Sostuvieron la mirada uno en el otro un buen rato hasta que Sasuke se levantó de su asiento y dejó su copa en la mesa. Sus botas retumbaron hasta llegar a ella. A ojos de él estaba bellísima, traía puesto un hermoso vestido rojo que la hacía combinar con la habitación y su corto cabello suelto y adornado por una de las flores silvestres nativas de la isla.

Sakura por su parte luchaba por mantener la compostura, la cercanía del joven Uchiha a ella justo ahora era demasiada, y la estaba poniendo muy incómoda.

—¿Gustas tomar asiento? —preguntó por fin el ojinegro. La pelirrosa reaccionó y dejo que su anfitrión le ayudara a tomar su lugar en la mesa como había aprendido hace tantos años. Sasuke caminó a paso lento por el vino y sirvió un poco en la copa de su querida invitada.

Una vez los dos estaban en sus lugares, él comenzó una charla trivial con ella con el propósito de aligerar el ambiente para ambos, la comida fue servida y la rebelde ojijade estaba deleitándose con los manjares que eran servidos, mientras debatía si halagar o no a su amor platónico de toda la vida por su trabajo como anfitrión.

—¿Estás complacida? —preguntó como si hubiera adivinado sus pensamientos, Sakura se mantuvo tranquila.

—Totalmente, reconozco que este es uno de los manjares más exquisitos que he probado en mi vida, aun intento averiguar cómo pudieron traer estas comidas y especias hasta acá

—Sal y hielo. Ambos ayudan a conservar frescos los alimentos y el metal se mantiene frío por más tiempo que otros materiales, hay veces en las que solo hago viajes para traer comida de puertos cercanos a la capital y tomó atajos ya sea por tierra o altamar para que lleguen lo más frescos posible aquí, y otros alimentos y animales los hemos podido criar y cultivar aquí mismo

—Impresionante, jamás me habría imaginado que en un lugar así se pudieran hacer tantas cosas —volvió a reconocer inocentemente Sakura mientras retiraban los platos del platillo principal para traerles el postre. Sasuke tomó otro sorbo a su bebida y habló.

—Entonces...Te gusta la isla, ¿verdad? —Sakura detuvo su mano llevando un pedazo del delicioso postre que estaba dispuesta a probar para meditar su respuesta.

Dinastía de FuegoWhere stories live. Discover now