⊰CAPÍTULO 10⊱

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Lo conocía, yo sabía quién era, lo vi toda mi vida. Él aparecía en mis sueños, largos sueños de los que no quería despertar. Él siempre estaba cerca. La primera vez que lo vi apenas era una niña, no tenía más de siete cuando tropecé con sus pies en el parque. Recordaba correr lejos de mamá por algo feo que había dicho, tenía los ojos llenos de lágrimas y no dejaba de hipar.

Recuerdo perfectamente el rostro que puso cuando me vio, una mueca que me hizo llorar más. Estaba asqueado de mi, lo comprendí fácilmente aunque solo era una niña. Pero recuerdo que me extendió un pañuelo y luego desapareció.

Lo vi millones de veces en mi vida, y sabía su nombre. Su nombre real.

—¡Jefesito! ¡Pensé que me iba a enviar un whatsapp! —habló el pelirrojo a pocos metros de nosotros.

El peli negro apenas y se molestó en mirarlo, sus ojos permanecían en mi, sin ningún tipo de expresión o sentimientos. Estaban vacíos.

Abrí mi boca, sin realmente querer decir algo. La sorpresa me hizo abrirla y cerrarla varias veces, hasta que choqué mis dientes y apreté la mandíbula.

—Uy por fin se calló. —murmuró el pelirrojo. Puede que su intención no fuese que lo escuchara, pero lo hice.

Eso logró devolverme a la realidad. Estaba en el bosque, en la madrugada, con cuatro hombres. ¿La idea de la excursión seguiría en pie? Estaba segura que alguno de estos querría ir a buscar a Pie Grande.

—Tenemos que irnos antes de llegue el rubio, jefe. Ya sabe que ella no está en su cuarto. —habló el de la ropa deportiva, al primer tipo que vi al levantarme.

Sus ojos dejaron de mirarme para enfocarse en este, como si la información que acaba de darle fuese estúpida. Pero para mi sorpresa, asintió con los labios apretados.

Mi vista se nubló, convirtiendo todo en negro profundo, como si se tratara de un hoyo sin fin. Por unos segundos creí volver a desmayarme, hasta que una vela se encendió frente a mi y, después millones de estas.

Una gran habitación se iluminó a mi alrededor. Era tan grande que se podría decir que era tres veces mi casa, construida con roca blanca un poco amarillenta; había ventanas cubiertas por gruesas cortinas de color marfil, también varios muebles repartidos alrededor de una mesita baja rectangular alargada.

Parecía una sala salida de algún castillo de fantasía, con pinturas a su alrededor, decoración en oro y una gran chimenea detrás de mi, con el fuego más ardiente que en mi vida había visto.

En la habitación solo se encontraba el pelirrojo con su chaqueta verde musgo y su camisa blanca con ese pantalón negro rasgado a las rodillas, sentado frente a mi bebiendo de un pequeño vaso de vidrio con lo que supuse que era whiskey.

No habían rastro de los otros dos tipos, pero podía sentir la imponente presencia del ojos verde detrás.

—Cuanto tiempo sin verte, Amelia.

Ese no es mi nombre, pensé casi al instante. Tal vez hablaba con otra persona, pero había algo que me decía que sí estaba hablando conmigo.

—Pensé que nunca llegaría este día. —siguió hablando, con esa voz profunda que recordaba de los sueños.

Me hice la loca, como si aquel sentimiento de que me estaba hablando no existiera. No me servía de nada, eso no me sacaría de aquí, o me explicaría cómo llegamos aquí.

—Tu amigo rubio ha estado insistente estos últimos días. —Dejé de respirar al momento de escuchar la mención de PJ. —¿Ya te dijo la razón o sigue jugando a la parejita?

Pacto con el diabloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora