⊰CAPÍTULO 2⊱

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Separarme como lo hice no estuvo bien, mucho menos cuando estaba disfrutando besar a mi mejor amigo, pero necesitaba buscar al dueño de ese aroma. Necesitaba buscar al chico que no me asesinó pero sí a mis padres.

PJ me estaba mirando preocupado, mientras miraba en todas las direcciones, pero sólo encontraba rostros desconocidos que apenas se tomaban su tiempo en dirigirme una segunda mirada.

—Ame, ¿qué sucede? —En menos de dos segundos ya tenía al frente a PJ, tan preocupado como una mamá leona con sus crías.

Mi cuerpo tembló ante el repentino escalofrío que subió como una serpiente por toda mi espalda. Mi respiración se cortó en mi garganta y casi devuelvo todo lo poco que tenía en el estómago por el nuevo olor impregnado en el aire.

—Oye, ¿estás bien, Amelee? —Sus manos fueron directo a mis hombros. Estaba muy preocupado, lo veía en sus ojos, pero yo necesitaba encontrar al dueño de ese aroma.

—¿Hueles eso? —pregunté. Me sentía como una lunática hablando de sus gatos y de cómo Dios era su amante.

PJ olió alrededor, intentado captar lo que sea que le estuviera indicando, pero por su ceño fruncido supe que no encontró nada. Sólo dos segundos después apareció una sonrisa divertida en sus labios, como si quisiera reconfortarme con ella.

—Solo tú tienes esa nariz de sabueso, Ame.

Necesitaba calmarme. Él estaba intentando calmarme.

Sonríe, para que dejara de preocuparse y decidí darle un fuerte abrazo, ignorando ese olor, que fue desapareciendo con el paso de los segundos.

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La tía Sofie era la encargada de estar conmigo hasta que cumpliera los 21 años, ya que hace menos de dos meses había cumplido los 18 años. Cuando cumplí los 18 me sentí por fin adulta, mayor, sin la imagen de niña come mocos que todos tenían de mí. Pero ahora, me volvía a sentir esa niña come mocos porque, aunque ya era mayor de edad, no podía valerme por mí misma, así que la tía Sofie, la única a la que le agradaba, voló desde los Estados Unidos para cuidarme.

Ella era actriz, una actriz retirada, y no era exactamente mí tía, era mí tía abuela Sofie.

Desde que era pequeña amaba ir a la casa de ella en Malibú, desde mí habitación podía ver el océano, calmado y suave, como si me estuviese tentando a ir y probarlo. Mis padres jamás me dejaron ir, pero la tía Sofie siempre les gritaba que yo era un alma libre y que debía probar el sabor del océano, para decidir si lo odiaba o lo amaba.

Mamá odiaba ir con la tía Sofie, porque siempre salía regañada, y ella odiaba que la regañaran y más cuando se trataba de cómo ser madre.

Ahora, estaba esperándola en el porche de mi casa, ya desalojada por los oficiales. Los oficiales habían quitado la mayor parte de las cosas llenas de sangre, pero el resto me había tocado a mí. Tuve que lavar las paredes, quitar la alfombra, lavar los muebles, botar las lámparas y cerrar con candado el antiguo cuarto de mis padres.

Por mucho que lavé y limpié la casa, seguía presente el olor a sangre, y ese olor...

Estaba planteándome la idea de no volver a consumir nada con ese olor.

Miré sobre las flores recién plantadas del patio. Antes de irme no estaban ahí, habían crecido de la nada y no tenía idea del por qué. Nada crece de la nada, y no era tan estúpida para pensar que habían sido los vecinos.

Hace menos de una hora estaba lloviendo, así que ahora el cielo estaba lleno de neblina y en el aire se podía sentir el aroma de la tierra mojada, que era más fuerte que ese olor a frutos del bosque con esa extraña pudrición.

Pacto con el diabloWhere stories live. Discover now