⊰CAPÍTULO 4⊱

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Me sentía helada, con las manos y piernas atadas, aunque fácilmente podía pasar mi brazo frente mi rostro y verlo sin ningún tipo de atadura, a excepción de una pequeña pulsera de oro con lirios rojos. El aire me faltaba, y el calor a mi alrededor provocaría en cualquier momento que me carbonizara. Esto se sentía como un horno.

Estaba sentada sobre una dura cama de roca blanca. Toda mi vida fui una excelente identificadora de rocas, pero esta era tan extraña, tan diferente a las que se veían en la superficie.

La superficie.

Me sentía como si estuviese en mismísimo centro de la Tierra, y temía que en cualquier momento saliera un tiranosaurio rex a devorarme como si fuese un rico pastelillos de fresa.

Me levanté de la incómoda cama de roca y caminé por el caluroso dormitorio. No había ventanas, no había casi luz, sólo la luz que proyectaba la mismísima roca como una pequeña línea de luz era lo que me iluminaba el cuarto. Posé mis manos sobre lo que pensé era la pared, había un cuadro, sentía la textura de cada trazo debajo de mis llemas. Sé que lo que estaba tocando era un retrato, de algo, o alguien.

Volví sobre mis pasos hasta la cama y de ahí hasta la pequeña línea de luz. Una puerta, lo sabía. Intenté abrirla, pero estaba trabada, tal vez tenía seguro. Agarré la manija y antes de bajarla, el frío hierro mordió, literalmente, mi mano.

—Que criatura sin modales ha traído el jefe el día de hoy, —dijo algo, ¿la puerta? No, los objetos no hablan.

Toqué mi mano con mis uñas, levanté un poco el cuero de esta, intentado descubrir qué tan profunda era la herida. Estaba sangrando, pero realmente no me dolía.

El que elaboró esa manija realmente debía tomarse un segundo curso, o como mínimo, la carrera completa.

Intenté volver a abrir la puerta, pero nuevamente, el hierro mordió mi mano. Chillé, con lágrimas bajando de mis ojos.

—Tú, niña idiota.

Miré a todas las direcciones buscando entre la oscuridad al dueño de esa voz, que no tenía genero.

Creo que me estaba volviendo loca.

—No me impresiona que te haya traído, a él le gustan las niñas como tú.

¿Las niñas como yo?

¿Él?

Ya estaba comenzando a asustarme. No encontraba al dueño de esa voz y si se trataba de un fantasma el resto de mi vida le haría caso a la tía Sofie sobre sus consejos de cómo tenerlos lejos de ti. Me sentía como si en cualquier momento mojaría mis calzones.

Esperen.

¡No llevo ropa encima!

La otra persona que estaba conmigo se debía estar burlando de mí intento de cubrir mi desnudo cuerpo con mis pequeñas manos de Barbie.

Corrí hasta la maña de roca y tomé la suave sábana que estaba sobre ella. Amarré la tela como pude a mi cuerpo e intenté no entrar en un ataque de pánico porque, nunca nada bueno había pasado cuando despertabas desnuda en una habitación desconocida.

Me lleva el...

—Me parece un acto estúpido que cubras ese esquelético cuerpo con algo transparente, —volvió a hablar aquella persona.

—¡¿Quién eres?! —chillé. Mis mejillas estaban calientes de la vergüenza y mis manos temblaban por el pánico.

Lo siguiente que escuché fue una risa, su risa, tan estruendosa que hacía eco en toda la habitación y seguramente salía de ella. Me sentía tan humillada en esos momentos que ninguna de las cosas que me hicieron mis padres alrededor de todos estos años se comparaba con esto.

Pacto con el diabloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora