⊰CAPÍTULO 22⊱

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Apresar almas. Yo. Amelee Caribean Castillo. ¿Cómo se supone que yo podía hacer eso?

Miré a Sev horrorizada. No podía haber una razón coherente que explicara eso. Ninguna. ¡¿Qué persona nace con ese tipo de poder?!

—Quita esa cara. —No vi en qué momento se acercó tanto, pero ahora estaba a solo dos metros, con las manos en los bolsillos y su ceño fruncido.

—¿Cómo qué yo puedo apresar almas? —intenté sonar lo más tranquila que pude, sabiendo del mal temperamento de Sev y lo bueno que podía ser en intimidarme.

Todo lo que decían de este hombre parecía incorrecto ante mis ojos. Él no buscaba seducirte, llevarte al lado malévolos hacerte cometer crímenes, pecados. Este hombre quería que te hundieras en miseria, que te odiaras a ti mismo. Despreciarte. Te llevaba a un tipo de locura depresiva que picaba en los talones de mis pies. ¿Cómo alguien sale de su propio odio?

—Puedes evitarlo si consigues a Sarah. —dijo en su lugar. —Yo te retiro todo poder y consigues a Sarah.

—¿Y si no qué? ¿Estaré presa en una cárcel de fuego quitando almas? –Por primera vez realmente pensaba en lo que me ocurriría si no conseguía a esta mujer en estas semanas.

Los puños de Sev se apretaron, su respiración se profundizó y casi noté un brillo extraño en sus ojos. Pero se quedó en su lugar, con su mirada clavada en mis ojos, en mi respiración temblorosa.

—No tengo nada. No sé cómo esperas que la consiga. —sollocé. El terror a mi destino me tenía destrozada. Esto era peor que una pesadilla, que Vis. —¡Ella probablemente esté muerta y no...!

Fue tan rápido que en menos de un segundo, ya estaba apretada, sus manos enterradas en mis hombros, pasando sobre las gruesas telas y casi clavando sus uñas en mi tierna piel. Su rostro se hundió en el hueco de mi cuello, en mi lado izquierdo. Su nariz repasó mi vena, de abajo hacia arriba, hasta casi llegar al inicio de mi oreja.

Mi corazón saltó al instante, mis sentidos se embriagaron y mi manos se movieron automáticas a su cabellera, tomando desde la raíz hacía arriba. Mis ojos se cerraron y casi al instante sentí ser tragada por un brillante agujero, dentro de un profundo hoyo en donde la claridad me dio migraña y el espacio me oprimió los pulmones.

Cabellos acariciaron mi nariz, un particular olor a flores y tierra, tierra mojada. Miré en todas las direcciones intentando conseguir el dueño de tal cabellera, pedirle que se apartara porque mi cuerpo no respondía ante mi. Una imagen fue clara en mis cabeza: Yo, mirando en un espejo. Estaba en un hospital, con las manos sobre mis mejillas, las uñas sucias y mi cabello suelto. Tenía mi pijama de aquel día, luciendo perdida y temerosa a la vez. Y de la nada, mis uñas comenzaron a raspar mis mejillas, mis brazos. Sentí el ardid recorrer aquellos lugares en donde mis uñas se enterraban, se quebraran y sangraban.

Me retorcí del miedo, pero la imagen siguió. Comencé a golpear todo, grité incoherencia, la voz se me desgarró y mi abuela entró. PJ detrás de ella estaba horrorizado con sus manos reteniendo a mi abuela para no llegar a mi.

Tiré de mi cabello y grité más fuerte, más alto. Mis lágrimas salían, mi corazón estaba acelerado y mis ojos ardían llenos de sangre. Corrí de nuevo al espejo y ya no era mi desgarradora imagen la que me devolvía, era ella, Sarah. Sus ojos hundidos, su pálida piel sucia, su cabello corto como si hubiese sido obra de un niño travieso. Mi corazón se detuvo.

Olía a tierra mojada, tan fuerte que casi sentí la textura en mi lengua. Su dedo señaló hacia arriba, al techo, pero sus ojos seguían en mi.

—No te entiendo. —dije, con la voz rota. —¡NO TE ENTIENDO!

Pacto con el diabloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora