⊰CAPÍTULO 5⊱

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Después de tantos días, mi peor pesadilla se hizo realidad: volver a la escuela.

Yo no odiaba la escuela, por supuesto que no, odia eran las miradas que me iban a dar, esas mismas miradas que me estaban dando todos en ese momento. Las odiaba, todos me veían con tanta lástima que me sentía como uno de esos perros callejeros que ayudaba a rescatar todos los sábados. Si antes era la mejor amiga del chico más sexy del colegio, ahora era la chica que había perdido a toda su familia en cuestión de horas.

A todos ellos los conocía desde que era un bebé, los mismos compañeros de toda la vida más algunas personas nuevas que llegaban al pueblo. Todos ellos me conocían, habían jugado conmigo, habían ido a mis cumpleaños, habían estado en grupos conmigo, habían hablado conmigo. Pero ahora, ya no me veían como otra del grupo y eso hacia hervir mi sangre. Tal vez estaba huérfana, sí, pero seguía siendo la misma Amelee que habían conocido de pequeña, no una desamparada sin hogar.

—¡Amelee! ¡Hola! —Giré en redondo sobre mis pies encontrándome con la persona que menos pensé ver en lo que quedaba de mí vida: Tianna Castilla, mi antigua mejor amiga.

Llevaba tanto tiempo sin verla, aunque ella fuese literalmente mi vecina y compañera de muchas clases.  La última vez que la vi tenía diez años y ella casi los once. Recuerdo que cuando dejamos de ser amigas, yo huía de todo contacto con ella, de cualquier actividad grupal y pruebas, todo porque detestaba la idea de que me volviese hablar. La esquivé durante tanto tiempo que en un punto ya lo hacia sin darme cuenta.

—Tianna... —Las palabras no se formaban coherentes en mi cerebro, solo podía ver la misma imagen una y otra vez, hasta el punto en que el recuerdo casi me cega de la vida real.

Ella sonrió dulcemente, un hoyuelo marcándose en su mejilla izquierda. Se veía exactamente igual que esa última vez que la vi, solo que con más estatura, un cabello teñido de rosa y sus ojos avellana más brillantes que antes. Además, tenía un pequeño aro de metal en su lado izquierdo de la nariz.

Sus largas pestañas hacían que las puntas de mis dedos picaran con la única intención de pasarlos por ellas, para sentirlas.

En esos momentos fue cuando deseé que la garrapata de PJ apareciera, pero algo me decía que no llegaría hasta que ese momento acabara. Sentía como si estuviese obligada a hablarle.

—Veo que no has olvidado mi nombre, —comentó con sorna, volviendo a sonreír.

Ella seguía siendo tan elegante como recordaba y con sus gestos tan dulces que podría matar a alguien con diabetes.

Me sentía tan abochornada que hasta mis orejas se enrojecieron. Sin duda no le perdonaría a PJ dejarme sola en esos momentos.

—No... yo... —Mordí mi mejilla, —yo no podría olvidar tu nombre.

Ella sonrió más y puedo jurar que en ese momento las lágrimas casi bajan de la vergüenza que sentía. ¿Por qué a mí me pasaban todos esos momentos y a PJ no?

—Eso me alegra, —Volvió a sonreír y luego mordió su mejilla, de la misma forma que yo. —Oye... yo realmente lamento lo que ocurrió con tus padres.

Mordí fuertemente mi labio inferior y asentí con mi cabeza dispuesta a irme si eso era todo.

Salté en mi lugar cuando sentí su cálida mano en mi hombro. La miré directo a los ojos y me percaté demasiado tarde que estaba muy cerca de mí. Mi pulso se aceleró y sin poder evitarlo, ese recuerdo que tanto pateé al final de mi cabeza, estaba de nuevo ahí, encandilando mis ojos como si se tratara de un auto con las luces al máximo.

Ahí estaba una yo de diez años, con sus botas favoritas para la lluvia y con un vestido aguamarina con gaviotas bordadas en los bordes. Estaba sentada en una banca en el parque con Tianna a mi lado, sonriéndome de esa forma que tanto me avergonzaba.

Pacto con el diabloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora