Epílogo

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All I need is the rhythm divine

Lost in the music, your heart will be mine

All I need is to look in your eyes

Viva la musica, say you'll be mine...

Tomé despistada la almohada, cubriendo mis oídos de aquella estruendosa música que sonaba por toda la casa. ¿Quién era el desgraciado que no me dejaba dormir? Me removí incómoda en la cama, rodando para conseguir la posición correcta, más no medí todas mis vuelvas, terminando con mi trasero plasmado en la madera del piso, mis codos recibiendo el primer impacto y luego de mi espalda hacia bajo.

Abrí los ojos al instante, mirando a mi alrededor. Me dolía todo el cuerpo, me dolía demasiado mi pie derecho, también la cabeza. Sentía un molesto zumbido de cada lado, atravesando desde mi hueso occipital hasta el frontal.

La puerta de abrió al instante, un suave olor a coco y mango atreviéndose camino por mi habitación. Salté al instante, mi corazón comenzó a latir tan rápido como mi respiración. Mi piel se tornó lechosa, y quise correr a todos lados, gritar y llamar a alguien porque lo que veían mis ojos no lo podía creer.

—Amelee, hija, si no quieres romperte el otro pie, es mejor que empieces a tener más cuidado. —Mi boca cayó casi a la primera planta. Ahí estaba mi mamá, luciendo una pijama de donas y el cabello dividido en dos, un lado lizo y el otro ondulado.

Estaba ahí, de pie, respirando.

Las últimas imágenes que se grabaron en mi cabeza, llegaron como una estampida de elefantes, enviándome hacía atrás por el inmenso dolor en mi cabeza. ¿Qué rayos estaba ocurriendo aquí?

—¿Te encuentras bien? —Ella se acercó preocupada. Me aparté al instante, esto debía ser un sueño, o algo causado por una droga. O quizás estaba en el cielo o en el infierno, no podía estar muy clara. —Pareciera que hubieses visto un fantasma, Caribean.

Me tomó por debajo de las axilas, sin darme tiempo a volverme a alejar de ella. Con mi ayuda, me dejó de nuevo sobre la cama; caminó hasta el closet y me pasó un par de muletas. La miré confundida, hasta que seguí el rastro de aquel molesto dolor. Una escayola con unas tres firmas ocultaba mi pie de mis ojos, pesada, incómoda.

¿Qué rayos?

—Recuerda que tu padre vendrá hoy a llevarte a la universidad . —volvió a hablar mí mamá, parándose al lado de la puerta. —Apresúrate si no quieres llegar tarde.

Y apenas la puerta se cerró, entre completamente en pánico. Me pellizqué varias veces la piel en mis brazos, me di cachetadas, tiré de mis cabellos. Todo dolía, cada golpe era captado por mis nervios asegurándome que estaba viva y no era un sueño. Abrí como pude la ventana, justo al lado de mi cama. La lluvia golpeó mi rostro, helada. La calle era la misma que vi toda mi vida, la casa con los mismos colores, el mismo jardín y los mismos vecinos.

Mi hombro dolía, donde sentí el impacto de la bala, pero en lugar de un hueco que traspasara mi cuerpo, tenía un hematoma, de un horrendo color azulado. ¿Eso fue todo el daño que me hizo? No, no podía ser.

Tomé apresurada las muletas, mis brazos conocían la forma de agarrarlas correctamente, mis músculos ya estaban acostumbrados a la molestia de estas, así como mis piernas se guiaban solas para andar.

Solo entré en más pánico. No recordaba haber utilizado muletas en toda mi vida, esta sería la primera vez y debió ser un desastre, no la maestra de minusválidos.

Salí al pasillo, consiguiendo con una decoración diferente, los colores de la casa dejaron de ser fríos para convertirse en colores mostaza con blanco, así como naranjas brillantes. Había muchos objetos de madera y no de hierro, como lo era usualmente. La habitación de Jonathan estaba vacía, sin sus cosas por ningún lado, o sus zapatos tirados por el pasillo, ¡ni siquiera su crema de afeitar en el baño!

Pacto con el diabloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora