Capítulo 18: Los chicos no están bien

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Cosas que no deberían existir: el maldito despertador, la calefacción en exceso, las mañanas, el maldito despertador, la odiosa magia... Abrí a regañadientes un ojo solo para ver que el maldito reloj marcaba las siete. ¿Quién en su sano juicio se despertaba tan temprano? Estiré un brazo queriendo tirar el aparato al diablo pero era inalcanzable. Le di la espalda y me cubrí por completo con mi manta mientras murmuraba una maldición. Esa cosa merecía morir. Había estado tan profundamente dormida a pesar de toda esa pesadilla bélica. En realidad debería ordenar que se destruyeran todos los despertadores del mundo. Aunque había algo importante que debería estar haciendo, esa maldita sensación de estar pasando algo por alto estaba allí.

—¿No tienes una reunión a las ocho?

Me senté enseguida al escuchar esa voz, solo para arrepentirme de inmediato. Mi cabeza dolía demasiado. Miré los pequeños cuadritos de colores sobre la mesa de noche e hice una mueca. ¿En serio? ¿Se suponía que había consumido eso la noche anterior? Al menos eso explicaría el maldito sueño, o pesadilla, o lo que fuera que hubiera sido. Podía sentirlo desvanecerse entre mis manos mientras más intentaba recordar. El ácido y yo nunca nos habíamos llevado bien, pero era innegable que esa cosa al menos podía provocarme sueños por una vez.

Miré a la salamandra al otro lado de la diminuta habitación que estaba terminando de vestirse. Ella era ardiente, y más allá del sentido literal por ser un hada de fuego, con su flamante cabello pelirrojo y sus mortales curvas al menos estaba segura que había pasado una noche malditamente buena a pesar de no recordar mucho a causa del LSD. Reí sin poder evitarlo, por supuesto que me habría tirado al fuego. ¿Una Loksonn y una salamandra? Esto sería una broma que duraría toda la eternidad cuando la dijera.

Peiné mi cabello con mis dedos, sacudiendo mi mano cuando un mechón se enganchó con mi anillo. Conociendo mi maldita suerte, seguro tenía una reunión a las ocho. A regañadientes salí de la cama. ¿En qué demonios había estado pensando al aceptar una reunión tan temprano? Eso sin mencionar el asunto del ácido, ni siquiera debería haberlo tocado la noche anterior. No podía permitirme el lujo de estar bajo los efectos de algún narcótico en el mundo humano y sin otro cambiaformas, o no recordar con exactitud lo sucedido.

Me encerré en el baño. Necesitaba un café, una aspirina, un poco de orden por una vez. ¿En qué demonios había estado pensando? ¿Cuánto había consumido? Reí de nuevo, porque de lo contrario querría gritar por lo miserable que resultaba esto. Cuando el efecto pasaba, no quedaba más que un golpe de dura realidad. Mi reflejo al otro lado me devolvió la mirada, su maquillaje estaba corrido y su oscuro cabello hecho un desastre. Increíblemente, al parecer no había sido tan estúpida como creía. Me acerqué y cogí la pequeña nota escrita en nórdico que estaba pegada en el espejo.

Su nombre es Rowena. Salamandra, cazafortunas. Mátala antes que ella lo intente o huya. NO FALLES. Desayuno con Adli a las 8.

¿Quién demonios era Adli? Genial, no necesitaba ser un genio para reconocer mi propia letra. Era demasiado temprano para ya estar metida en este tipo de asuntos pero no era como si no hubiera tenido mañanas peores. Bien, la ducha tendría que esperar, era mejor obedecer a mi yo de ayer. Abrí la puerta solo para encontrar a Rowena terminando de atar sus botas. Las hadas que rondaban el mundo humano solían ser mercenarias o exiliadas, ella definitivamente no lucía como lo segundo. Sí, por supuesto que me habría tirado a alguien que planeaba matarme.

—Luces como si necesitaras otra dosis —dijo Rowena sonriéndome.

—Posiblemente —respondí pasando a su lado—. ¿Ya te vas?

—Tengo cosas que hacer.

—Lástima. ¿Algo específico en mente? No quiero retrasarte para tu trabajo.

Inténtalo si puedes (Trilogía Nina Loksonn #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora