Capítulo 1: ¡Esto no pasará! ¡Nunca!

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Si algo había aprendido en toda mi vida, era que el desayuno realmente era la comida más importante del día. Por favor, no cualquier cosa podía sacarme de la cama en la mañana. Necesitaba algo que fuera delicioso y en lo posible con triple cafeína. Regla n° 42: el café era vital. Eso y, bien, la música. Podía escuchar en el fondo Don't stop me now de Queen. No era lo mismo que Fall Out Boy pero... era aceptable. Seguía siendo más aceptable que esa cosa incomprensible que pasaban en la radio, si siquiera tenía señal. Realmente, la señal era una mierda si navegabas en el Triángulo del Dragón. ¿Y los humanos luego se preguntaban cómo sucedían tantas desapariciones en este lugar? Increíble que no fuera más conocido que el Triángulo de las Bermudas cuando lo superaba en todo aspecto posible.

Me ocupé rápidamente de preparar mi taza de café junto con la taza de té de jazmín una vez que el agua estuvo lista. ¿Por qué demonios no había utilizado este plan de escape antes? ¿Qué mejor que conseguirme un barco? Podía subir a la cubierta y reírme de cualquier idiota que intentara ir tras de mí. Tenía todo el océano para huir y fácilmente mantenerme fuera de problemas. Posiblemente llevaba un record en cuanto a cantidad de días sin incidentes. Bien, cruzar el Océano Ártico había necesitado un poco de trabajo pero lanzarme directo al Pacífico hubiera sido aburrido. Y, en serio, prefería el hielo y la nieve que me recordara a Rike que el calor insoportable más al sur.

—¿Cuánto más piensas tardarte?

—Oh, solo lo suficiente para ahorrarme el final de esa tortuosa película japonesa. Si lo que querías era deshacerte de mí podrías habérmelo dicho.

—Eso no va a suceder.

Maldito joven engreído. Quizás debería haberlo lanzado por la borda la primera vez que la idea había cruzado por mi cabeza, pero los últimos días lo habían valido. Incluso toleraba las películas japonesas, me recordaban a Holland en cierto modo con sus tontos animés. Suspiré al pensar en esa chica y discretamente miré el móvil en mi mesa de noche. Ella estaba bien. La última vez que la había chequeado había estado disfrutando del sol en la UCLA. No era exactamente Harvard, pero seguía siendo una buena universidad. No había sido muy difícil mover algunos hilos para que fuera admitida una vez que supe que había aplicado.

Cogí ambas tazas y regresé a la cama sin perder el tiempo. No se trataba de un sitio muy espacioso pero era suficiente para mí, y mi temporal invitado. Él se inclinó para coger su té antes de rozar fugazmente sus labios con los míos. No debería haberme acostumbrado tanto a esto, o quizás las noches sin dormir estaban comenzando a mostrar sus secuelas. Me preocuparía luego, de momento mi mayor preocupación era terminar de ver la infernal película. Si ya había soportado dos horas de maldito japonés al menos tenía que ver el final.

Me acomodé en mi lado, empujándolo ligeramente para conseguir una mejor vista ya que la computadora portátil descansaba en su regazo. ¿Contras de vivir en un barco? Nada de televisión en altamar. ¿Pros? No tenía que preocuparme porque alguien me viera practicar con mi espada o me cuestionara al respecto. Así que cuando retomamos la película en realidad se sintió como algo normal que hacer por la mañana mientras bebía mi café. Cualquier cosa con tal de distraer mi mente de otras cuestiones.

—Presta atención. ¿Ves la cantidad de referencias que hay al número cuatro y nueve en esta escena? Están prácticamente gritando el final —comentó él mientras ambos veíamos al joven en la pantalla entrar a la oscura casa—. Eso es lo más impresionante del arte, trasmite tanto sin decir nada. Los kitsunes son extremadamente detallistas en ese sentido.

—Kian —dije llamando su atención—. No he visto dos horas de cine de kitsunes, en japonés, para que tú me arruines el final.

Él me sonrió antes de volver su vista a la pantalla. Para ser un cambiaformas, Kian tenía una debilidad por el arte kitsune. Pero no podía negar que él era una buena distracción, una muy buena distracción de hecho. Maldita sea, el chico realmente sabía moverse. De no ser porque había decidido que lo mejor sería ocultarle mi identidad no hubiera dudado en pedirle un duelo solo para ver cómo sería chocar espadas con él. ¿El problema de estar en oriente? El endemoniado sitio estaba infestado de kitsunes. En serio, no podía dar dos pasos en tierra sin toparme con uno y si eres una persona tan sentimentalmente cuestionada como yo créeme que no existe nada peor. Básicamente era un buffet andante para kitsunes.

Inténtalo si puedes (Trilogía Nina Loksonn #2)Where stories live. Discover now