Capítulo 8: Memento Mori

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La noche era demasiado tranquila, y no en el buen sentido. Mientras me las arreglaba por el serpenteante sendero en ascenso tan solo podía pensar que por cada segundo que pasaba el sitio era más silencioso. A excepción de los pasos de los brujos que me seguían quienes parecían desconocer la discreción. Con todos sus lujos y comodidades dudaba que alguna vez hubieran pasado una noche a la intemperie, a excepción de Holland a quien había arrastrado a un campamento una vez y el dormir fuera ciertamente no había sido una experiencia que ella hubiera disfrutado.

Como si no fuera suficiente con su compañía, debía soportar el melodrama entre James y Holland. Ella se esforzaba por ignorarlo y lucir fuerte, de un modo sorprendentemente estoico; y él era demasiado arrogante como para intentarlo una vez más luego de ver que ella no cedía ante un intento de conversación. A eso tenía que agregar a Robin quien se quejaba por el aburrido-lineal paso del tiempo. ¿Era muy tarde para atarlos y amordazarlos al mástil? La espada envainada en mi cintura era una peligrosa tentación teniendo a James tan cerca con su altanera expresión y perfecto porte.

Convenientemente, él se acercó para unirse a mi paso en la delantera cuando casi llegábamos al final del sendero. La naturaleza reinaba el sitio, el camino había parecido evidente para mí con la hierba aplastada pero no creía que los brujos lo hubieran notado. Ellos no eran ni cazadores ni exploradores naturales como los cambiaformas, y no vivían fuera de las comodidades de su sociedad. Respiré profundamente para no mandar al diablo a James, él ni siquiera debería estar aquí. Detuve mi mano cuando instintivamente buscó la empuñadura de mi espada, decapitarlo no era una opción.

Un destello dorado en su mano llamó mi atención. Él se había puesto en algún momento un anillo de oro sobre el guante derecho con una gran M marcada. El recuerdo del magister y su distintivo broche apareció por un fugaz segundo en mi mente. De perfil y en la oscuridad, James era una perfecta versión joven de él con su seriedad y recta postura, incluso sus pasos eran igual de medidos. Él no había roto el acuerdo. Podría haberlo hecho en cualquier instante, pero había mantenido el tratado que yo había firmado con el magister. Era joven, e inexperto, pero tenía la dura expresión de autoridad que cualquier político necesitaba y yo le ganaba en juventud.

—¿Qué es eso? —pregunté.

—Fui aprendiz del magister para ocupar su puesto. No creas que si tú has sacado tus insignias distintivas de tu posición, yo no haré lo mismo —respondió él—. ¿Por qué habrías de usar tu corona si los Loksonn se esfuerzan en pasar desapercibidos?

—Son kitsunes, no permitiré que jueguen conmigo.

—Yo tampoco. Será mejor que ese sea el verdadero motivo, pajarito.

—Será mejor que no intentes nada conmigo, creo que es evidente quién ganaría en un juego de política.

—Tranquila, intentaré no hacer nada que pueda provocar la furia de Rike. Después de todo, no queremos una guerra entre nuestras especies. ¿Verdad? Sería devastadora considerando nuestros antecedentes militares.

—No, no queremos —respondí mirándolo con cuidado.

—Aunque, si le haces daño a mi hermano, yo personalmente te haré vivir un infierno sin tener que morir —dijo James sin borrar la cortés expresión de su rostro—. Iniciaré una guerra, pero me aseguraré que sufras tanto que tus descendientes lo sentirán si siquiera le haces un rasguño a nivel físico o emocional.

—¿James, alguna vez pensaste qué tan mal se siente la plata para un cambiaformas? —pregunté inocentemente y lo miré de un modo asesino cuando se fijó en mí—. Acércate a Holland y me aseguraré de mostrarte cómo se siente. Y créeme que tengo un gran repertorio de ideas en cuanto a tortura. ¿Crees que le temo a una amenaza física de tu parte?

Inténtalo si puedes (Trilogía Nina Loksonn #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora