La tregua.

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Lexa pasaba distraídamente los tweets de aquella mañana en su móvil. Había consultado su correo electrónico, los principales diarios digitales, echado un vistazo al caso y su dedo vagaba de manera aleatoria por la pantalla de su dispositivo, en realidad sin prestar demasiada atención. El teclear de la secretaría contra el ordenador de sobremesa la sacaba de vez en cuando de su tarea. Era viernes y se había pasado la semana entre casos y juicios sin demasiado tiempo para pensar en nada más. Echo había intentado arrastrarla, sin ningún éxito en esta ocasión, a las calles de San Francisco. Ahora se encontraba sentada en una sala rectangular con puertas cerradas alrededor de ella, ocupada por varias sillas donde pasar el tiempo de espera, y por aquella secretaría que se empeñaba en destruir aquel teclado y con él su paz mental.

Volvió a mirar su reloj de muñeca que le indicaba que ya pasaban diez minutos de la hora acordada para aquella cita. Suspiró fuertemente intentando que la mujer la oyera, por si en un intento de complacerla conseguía meterle algo de presión a su jefa. Si había algo en el mundo que Lexa no soportaba era la impuntualidad. Lo entendía cuando la población dependía de la posición del sol para hacerse una ligera idea del momento del día en que se encontraban, pero en pleno siglo XXI no era una actitud justificada. Por si fuera poco a la secretaría parecía que le era indiferente el mundo de los horarios programados o la prisa que tuviera Lexa por salir de aquel juzgado en el que casi llevaba encerrada cinco días.

Se estaba levantando para iniciar una educada protesta, porque Lexa Woods era puntual y muy educada, cuando la puerta de detrás de la mujer maltratadora de teclados se abrió. Una mujer castaña salía del despacho de la fiscal Griffins riendo seguida de una también risueña Clarke.

- Creo que podremos acabar con esto lo más rápido posible.

La que hablaba era la jueza Stewer, una mujer inflexible a la que parecía que Clarke también había conseguido ganarse. Qué facilidad la de aquella chica para caer bien. A Lexa siempre le había impresionado aquella mujer que parecía hecha con un carácter de hierro y cuyas sentencias iban en la misma consonancia. Quizás aquel perfume que usaba la rubia, con un toque a jazmín, tuviera algo que ver en ese encantamiento en el que parecía caer todo el mundo que la conocía. Su propia amiga Echo llevaba varios días sin dejar de hablar de la simpatía de la rubia, así como del buen hacer de la nueva fiscal en un juzgado en el que no llevaba ni una semana.

- Esperemos, jueza Stewer, no me gustaría tener que postergar algo que se entiende que está claro desde el principio.

- Querida, le aseguro que cuando concluya ese juicio quedará visto para sentencia.

Ambas mujeres volvieron a reír y Lexa entornó los ojos cuando vió que para su disgusto la joven fiscal no se apresuraba en despachar a su acompañante. Posó sus ojos en la jueza, siempre comentaba con Echo el gran parecido que tenía con la profesora McGonagall. Ojalá pronunciar un Piertotum Locomotor para que aquellas dos estatuas que parecían las mujeres se pusieran en marcha. Carraspeó levantándose de su asiento y ambas se dieron cuenta por primera vez de su presencia.

- Abogada Woods, me alegro de verla - la saludó la rubia con una chispa divertida en sus ojos.

- Vaya Woods, ¿qué se trae por estos territorios? - preguntó a su vez aquella intransigente jueza, volviendo al tono con el que estaba acostumbrada a escucharla.

- Tenía una cita con la fiscal Griffin - respondió fulminando con la mirada a la aludida que no perdía ni por un segundo aquella sonrisa.

- En ese caso Clarke nos veremos pronto. Dile a tu padre que este fin de semana estaré por New York, lo mismo lo llamó a él y a tu madre.

Lexa se giró sorprendida hacia la fiscal que esta vez sí había abandonado aquel gesto sonriente en su cara. Cambió de posición su cuerpo y asintió tímidamente a la mujer.

Quid pro quo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora