Un buen libro y una taza de café

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Lexa se encontraba fuera en el pasillo, con su espalda apoyada en la fría pared, cruzada de brazos y con la mirada muy lejos de allí. Escuchaba de fondo el sonido de voces, pero su mente estaba en un universo ajeno.

Enfrente, Echo, la miraba preocupada, buscando las palabras, aunque sabía perfectamente que en ese momento, igual que dos años atrás, no existían la palabras correctas, aquellas que pudieran derretir la barrera que Lexa construía con maestría alrededor de sí misma. En aquellas situaciones hasta el idioma no parecía ser el adecuado, o quizás simplemente no existían las palabras adecuadas para esas ocasiones. Su mirada vagaba entre el suelo y los ojos de Lexa, tratando de encontrar un terreno común. Conocía la historia, conocía las razones detrás de las miradas de Adrienne, el dolor tras aquel encuentro. Sabía que detrás de la puerta había más que una simple conversación. Había un pasado, un presente y, quizás, un futuro. "¿Has intentado alguna vez sostener en tu mano las piezas fragmentadas de ti misma?", le dijo Lexa en aquella fría mañana de enero donde vio como se rompió en mil pedazos entre sus brazos.

Octavia, en medio de ambas, las miraba con curiosidad. Sus ojos pasaban de Lexa a Echo, tratando de descifrar el silencio que colgaba entre ellas como una cortina invisible. Y ninguna de las tres dijo nada.

El pasillo parecía expandirse, y los matices de las sombras jugaban con las luces de los recuerdos en la mente de Lexa. Había algo en el aire, una densidad inusual que la llevaba a hacerse preguntas en silencio, como si una cadena invisible de pensamientos colgara frente a ella, esperando ser desenredada. "¿Qué sientes cuando el pasado y el presente se encuentran?", "¿Cómo te sientes al ver a alguien con quien compartiste tanto, ahora siendo una mera rival?", "¿Has sentido alguna vez que las decisiones de tu pasado te persiguen?". "¿Qué sientes cuando ves a dos partes de tu vida, dos partes que jamás pensaste que se cruzarían, dialogar en una sala cerrada?", "¿Puedes decirme cuánto dura realmente un silencio?", "¿Cómo es que la vida te trae de vuelta a momentos que creías superados?", "¿Has sentido alguna vez cómo una decisión, tomada hace tiempo, se presenta frente a ti como si nunca hubiera pasado el tiempo?". Estas eran las preguntas que se formulaban en su mente. En su exterior, una máscara de serenidad y control prevalecía.

En la mente de Lexa, el pasillo se expandía, y cada segundo parecía ser un día completo, uno de esos días que están llenos de dificultades. En un mundo paralelo, ella podía escuchar las preguntas que nadie hacía en voz alta: "¿Qué significa esta tensión para ti?", "¿Cuándo fue la última vez que sentiste algo?", "¿Te asusta lo que podría suceder después de esto?". Y Lexa respondía en silencio: "Como una estaca en un corazón demasiado rojo", "La última vez que sentí algo fue cuando la mirada de Clarke me atravesó como un rayo antes de salir por esa puerta" y "Lo único que me asusta es que Clarke no sepa lo importante que es para mí". El mundo se detenía y avanzaba a la vez, y la brisa del pasillo traía consigo ecos del pasado y presagios del futuro. Todo convergía en ese punto, en ese pasillo, en ese momento.

En aquel juzgado, donde siempre se esperaban situaciones serias, abogados de mirada afilada, papeleo interminable y una monotonía constante, un día cualquiera el universo tenía otros planes para Lexa. Adrienne, con su traje impecable y su pelo rubio suelto, era la encarnación de la seriedad. Representaba todo lo que uno esperaría de una abogada: profesionalidad, rigor y precisión. Sin embargo, el destino, con su peculiar sentido del humor, decidió que el primer encuentro entre Lexa y Adrienne estuviera lejos de ser convencional. Mientras Lexa caminaba por el pasillo, ensimismada en sus apuntes para el juicio que le esperaba, perdió varios de sus papeles, que se le quedaron atrás. Adrienne, que estaba justo detrás, no pudo evitar soltar una risa contenida al ver la situación. Lexa intentó recuperar sus papeles y su dignidad al mismo tiempo. Al agacharse para recogerlo, su cabeza chocó suavemente con la de Adrienne, que también intentaba ayudar. Sus miradas se cruzaron y la risa de la rubia llenó el pasillo.

Quid pro quo.Wo Geschichten leben. Entdecke jetzt