Coser y cantar.

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Clarke Griffin se desperezó en su cama con el sonido de la primera alarma de su móvil. Inclinó la mano para apagarla y se dió la vuelta enredándose entre las sábanas de la habitación de invitados de Octavia que, por el inexistente ruido en la casa, no había hecho acto de presencia aún. Cerró los ojos el tiempo justo para que la segunda alarma le devolviera a la realidad. Aún tuvo tiempo de sonreír desperezándose en la cama y estirando bien sus brazos ante la perspectiva del día que le esperaba.

Se sentó en la cama sin perder la sonrisa pensando en la noche anterior. A pesar de haberse pasado con las copas, animada por su amiga y su incesante afán de explotar al máximo su primera noche en la ciudad, la rubia se sentía tremendamente emocionada con empezar en su nuevo trabajo. Después de haber tramitado su traslado desde la oficina del fiscal de New York a la de San Francisco, debido a circunstancias en las que prefería no pensar, una resaca no iba a amargar las grandes expectativas que tenía en aquel nuevo puesto y en aquella ciudad. La insistencia durante años de su mejor amiga, Octavia Blake, ayudante desde hacía años del fiscal jefe de San Francisco, habían terminado haciendo mella en ella, y nada más que los astros se alinearon en su actual vida supo que era el momento. Cuando Clarke tomó la opción de estudiar Derecho fuera de los Estados Unidos, los caminos de ambas se separaron y esta vez volvían a unirse de nuevo.

La tercera alarma resonó en la habitación y se dirigió a la cocina. Una vez allí y poniendo la cafetera se permitió unos minutos para ordenar sus pensamientos mientras las gotas de café caían lentamente en su recipiente. Una sonrisa volvió a adornar su cara cuando recordó a Lexa Woods. Cogiendo su humeante taza se echó a reír ante el desconcierto de la joven abogada. La pinta de chica dura que calzaba contrastaba con aquella inocencia que mostró a Clarke cuando fue adivinando a que se dedicaba. "Cuestión de suerte", pensó Clarke sonriente saboreando su bebida. Haberse criado con dos hermanos mayores, amante de los cómics como su padre, y como ella finalmente, y que los tres se dedicaban como ella a la rama de la justicia se lo habían puesto demasiado fácil. Cuando Octavia la llamó para confirmarle que su traslado había sido aprobado, le comunicó que finalmente tendría que llevar ella misma aquel caso de divorcio en caso de llegar a juicio, debido a que la oficina sufría de sobrecarga de trabajo y su amiga debía ocuparse de otros casos. Y nunca se hubiera imaginado tras aquella conversación sobre los pormenores de aquel divorcio y sobre el bufete de abogados que se encargaba de la parte acusada que conocería a una de ellas en su primera noche en San Francisco.

Octavia llevaba años hablando de aquella firma de abogados y de sus dos socias fundadoras, a las que conocía desde que estudiaban en la misma facultad de derecho. Y a pesar de no conocerse en persona, a Clarke no se le podía ocurrir cómo podría olvidarse de la insistente Echo a la que a Octavia le encantaba rechazar una y otra vez desde aquellos mismos tiempos universitarios. En numerosas ocasiones la rubia le había aconsejado que dejara aquel juego con aquella joven sino estaba interesada realmente en ella, pero parecía que a su amiga le encantaba aquel juego del ratón y el gato, y no eran pocas las veces de las que Clarke tenía constancia de que su amiga le había seguido el juego a Echo sin llegar a nada más. También eran numerosas las veces en las que había escuchado a Blake alabar la inteligencia de esta y su socia, Lexa Woods, a las que la morena consideraba dos de las mejores abogadas de toda la costa y con las que se había visto en juicio más veces de las que a su amiga Octavia le hubiera gustado reconocer. Porque siempre solía perder ante Infinitum. Lo que si reconocía y de lo que siempre alardeaba, era de los ojos verdes tan impresionantes que tenía la amiga de su conquista y de lo poco que le importaría que fuera ella en vez de Echo.

Con todos esos precedentes, Clarke no se esperaba que aquella desconocida con la que había entablado conversación, por cuestiones de puro azar y aburrimiento a partes iguales, fuera su rival en el juicio del día siguiente. Hasta que unió los cabos y aquella desconocida se presentó como Lexa: la diosa de la justicia de ojos verdes de su adorada amiga Octavia Blake. Lo que pasó a continuación, Clarke Griffin lo recordaría con una mezcla de diversión y fascinación que hacían que no pudiera dejar de reír. "El destino tiene una curiosa forma de unir los caminos de las personas", pensó la fiscal apurando su café y dirigiéndose hacia el dormitorio para vestirse. Pensó cual sería la cara de aquella responsable abogada Lexa Woods cuando descubriera que su nueva fiscal era la desconocida a la que salvó la noche anterior, cuando su mejor amiga decidió que lo de quemar la noche de San Francisco con la rubia lo dejaba para otro momento. Terminó de vestirse con un traje beige de chaqueta y falda a juego y se estaba poniendo sus tacones negros cuando escuchó la puerta de la vivienda abrirse.

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