Encantadora de serpientes

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La sala de justicia estaba impregnada de un silencio que casi se podía cortar con un cuchillo. Adrienne, envuelta en su inseparable aureola de confianza inquebrantable, recorrió con elegancia el estrecho pasillo hacia su asiento, pero se detuvo al pasar junto a Lexa.

—¿Vienes a presenciar una lección magistral de derecho, Woods?

Lexa levantó la vista de sus notas y manteniendo su compostura ante la provocación le devolvió la mirada con una sonrisa sutilmente torcida.

—Que va, Adrienne. No estoy aquí para lecciones de algo que ya domino. Más bien pensé en asistir a una demostración de cómo no se debe practicar el derecho.

Adrienne soltó una carcajada, en la que resonaba tanto desdén como entretenimiento.

—Espero que tomes notas detalladas entonces, ma chérie. Sería una lástima que te perdieras algún detalle crucial.

—Por supuesto, todos los ejemplos son importantes, especialmente los malos, para no repetirlos.

—Tal vez sería prudente que enfocaras tu atención en los asuntos de tu cliente en lugar de en los espectadores, Adrienne — esta vez fue Echo la que irrumpió con una voz que cortaba el aire, clara y sin adornos.

—El reconocimiento de caras conocidas en el tribunal siempre es un placer, sobre todo cuando están sentadas en el bando opuesto — respondió antes de continuar su camino hacia el lugar que le correspondía.

Mientras Adrienne se alejaba, Lexa observó a Clarke, junto a Octavia, cuya concentración parecía un escudo contra el mundo exterior. Sin embargo, Lexa conocía bien el fervor competitivo que ardía dentro de Clarke, el anhelo de estar en la arena, no como una mera espectadora, sino como una contendiente en aquel combate legal. Aunque Clarke se mantenía imperturbable exteriormente, Lexa podía sentir su frustración y su deseo de demostrar su capacidad, como una energía que, aunque invisible, era indudablemente poderosa. Lexa también observó a Ben que, a pesar de la seriedad de su situación, se mantenía arrogante, desplegando una confianza que parecía desafiar al mismo sistema que lo juzgaba. Octavia Blake, con su presencia imponente y sus ojos afilados se preparaba mentalmente para lo que vendría. Clarke se aproximó a Octavia. Las dos mujeres intercambiaron palabras en un susurro, con rostros serios que escondían las maquinaciones de mentes jurídicas brillantes. Clarke y Octavia. Blake y Griffin. Si había alguien capaz de defender los ideales de justicia de aquel país esas eran ellas.

Clarke, tras el breve intercambio, regresó a su asiento junto a Lexa. La abogada le sonrío buscando transmitirle confianza y tomó la mano de Clarke con firmeza. Clarke le devolvió la sonrisa, y en ese gesto, Lexa juraría que pudo sentir como le recorría por completo el sistema nervioso. Los ojos azules de Clarke eran un universo en el que Lexa se perdería felizmente durante mil años y no podría cansarse.

La jueza Dismeth clavó la mirada en la sala y dio por iniciada la sesión. Lexa, por su parte, estaba allí, con todos sus sentidos puestos en el ahora, el cual se iba desplegando sin sorpresas.

—Comenzaremos discutiendo la admisibilidad de las pruebas presentadas. Fiscal Blake, por favor proceda.

Octavia se levantó con determinación. A su alrededor, la sala respiraba una rutina calculada, como si cada palabra y movimiento estuvieran atados a las agujas de un reloj, pero para Lexa, no había agobio en la previsibilidad; se acomodó en su asiento con la atención de quien se sabe el diálogo de memoria. Observaba, casi con una calma desafiante, como si cada gesto, cada diálogo, fuese un acertijo que ella ya había resuelto de antemano. Y mientras abogada y fiscal esgrimían sus argumentos, ella seguía el hilo con la mirada, atrapando cada detalle.

—Señoría, presentamos como evidencia las grabaciones de las conversaciones entre el acusado y varios altos funcionarios, evidenciando actos de corrupción y...

Quid pro quo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora