Parar un taxi con canciones.

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Clarke caminó por las calles vacías con el peso del día reposando sobre sus hombros, porque después, y por si fuera poco, había tenido que seguir con la gran carga de la fiscalía. El cansancio se arrastraba por sus venas, pero no era solo el peso físico, era la carga emocional que sostenía con fuerza. Lexa le había pedido que se quedara en su casa esa noche.

"La última vez que me cansé tanto fue cuando intenté seguir a un mono que había robado mi helado", le había dicho a Lexa una vez por whatsapp, después de otro día agotador en el juzgado, riendo ante la imagen mental. "Y el mono, ¿te devolvió el helado?" , había preguntado Lexa, siguiéndole la corriente. "No, pero me dejó su número de teléfono", respondió Clarke con una risita.

Clarke estaba frente a la puerta de Lexa, el rítmico y constante latido de su corazón se hizo más pronunciado cuando se abrió y reveló a una Lexa recién salida de la ducha, el cabello aún húmedo, con gotas que parecían felices por rodar por su piel. Es que era preciosa. Lexa se detuvo un momento, mirando a Clarke con una intensidad palpable. Había algo hipnótico en su mirada, algo que te arrastraba y te obligaba a quedarte. Cada vez que Lexa la miraba, Clarke sentía que estaba en el ojo de una tormenta, rodeada de una tranquilidad inquietante. El apartamento de Lexa tenía sus peculiaridades, como aquel vinilo que sonaba ahora mismo de David Bowie que siempre saltaba en la misma canción, o la silla que crujía cada vez que alguien se sentaba en ella. Tan Lexa como la propia Lexa Woods.

—No te esperaba tan pronto —dijo Lexa con su voz suave rompiendo el trance.

Clarke rió suavemente, tratando de desviar su atención de lo hermosa que se veía Lexa. Pero, ¿cómo podría hacerlo? Cada detalle, desde las gotas de agua que resbalaban hasta su cuello, hasta la forma en que sus labios se curvaban ligeramente al sonreír, era una obra de arte en sí misma.

—Perdí la noción del tiempo —admitió Clarke.

Y era cierto, desde que había conocido a Lexa, el tiempo parecía haber perdido su linealidad. Las horas parecían minutos y los días eran eternos. Todo lo que Clarke quería era quedarse allí, suspendida en ese momento, donde el mundo se reducía a la mujer frente a ella. Y la besó. Fue un beso de seguridad, de afirmación. Uno de esos besos que no se entregan a la ligera, sino que se construyen con el tiempo, la confianza y un cúmulo de momentos compartidos. Mientras se separaban, todavía con los ojos cerrados y las respiraciones entrecortadas, Clarke jugó con el pelo de Lexa.

-Siempre haces eso cuando estás nerviosa.

-Odio esta canción - murmuró Clarke, ignorándola y sonriendo contra los labios de la abogada, la cual estalló en una carcajada.

-Pobre Bowie - sus ojos verdes parecían un poco más oscuros, como si hubiera tormentas en su interior - Clarke...tenemos que hablar.

-De Adrienne Laurent - su respuesta se sintió breve, vacía, pero no podía evitarlo.

Lexa tomó una respiración profunda y la llevó de la mano al sofá. Se sentaron y Lexa se giró para mirarla a los ojos.

-Antes de ti, antes de toda esta locura, Adrienne y yo... Adriene fue mi pareja - Clarke sabía del nudo en la garganta que debía tener Lexa en aquel momento - todo iba bien hasta que hubo un caso, Clarke, uno tan grande que se convirtió en la obsesión de la ciudad. Un empresario acusado de múltiples fraudes. Yo estaba en la defensa, Adrienne en la acusación. Y aunque las leyes eran nuestro día a día, nunca habíamos dejado que nos afectara personalmente. Pero este... este fue diferente.

El recuerdo de aquel tiempo parecía envolver a Lexa como una manta.

-Cada estrategia, cada argumento se convirtió en un golpe personal. Habíamos prometido que nunca dejaríamos que el trabajo se interpusiera, pero ahí estábamos, Adrienne peleó con uñas y dientes.

Quid pro quo.Where stories live. Discover now