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Jung Hoseok -un alto y apuesto chico- caminaba con elegancia por la iluminada estancia de la mansión en la cual prácticamente creció y que guardaba tantos recuerdos de su niñez; aquella etapa de su vida llena de momentos cálidos e inolvidables pese a ciertos acontecimientos que, de una u otra forma, contribuyeron en la formación de su carácter. Si bien, hoy por hoy, el chico de cabellera oscura prefiere no remover recuerdos de antaño, es una misión casi imposible al estar en el lugar donde está.

Sus cansados ojos se cerraron con fuerza bajo los lentes de sol que no se había dignado a quitarse ni siquiera por estar en el interior. Era consciente de las enormes manchas negras que adornaban su rostro como resultado de las pocas horas que había dormido en esa semana por dedicar tiempo extra a cerrar un importante y jugoso contrato que sumaría varios millones más a su fortuna personal.

Aminoró la velocidad de sus pasos cuando giró a la izquierda y se adentró por el pasillo que lo conduciría hasta el responsable de que estuviera allí, en vez de estar en su apartamento con un vaso de whisky en mano y un calmante para el funesto dolor de cabeza que lo atosigaba desde su llegada a Seúl hace apenas unos cuarenta minutos.

Dios, sentía como si alguien taladraba su cerebro y cada paso era como ir cuesta arriba con una mochila llena de piedras. Su cuerpo le exigía un descanso y más cuando tenía un nuevo vuelo programado a primera hora de la mañana del día siguiente.

Sí, su estilo de vida era desgastante y cansado, lo sabía. Así como sabía que no necesitaba esforzarse tanto, después todo, con apenas veintiocho años de edad era uno de los hombres de negocios más exitosos de Corea del sur, aparte de contar con un gran equipo de trabajo perfectamente calificado para hacerse cargo de uno que otro contrato.

Sin embargo, él no buscaría un relevo para ninguna de sus muchas responsabilidades, después de todo necesitaba de esa agitada vida para no pensar, para no recordar. Porque si lo hacía, si se permitía recordarlo entonces colapsaría y todo el empeño puesto en ese último año sería en vano.

Sin siquera molestarse en tocar la robusta puerta, se adentró a la habitación de su abuelo, siendo recibido de inmediato por el olor a fármaco impregnado dentro de esas cuatro paredes.

Se quitó los lentes de sol debido a que la poca iluminación apenas le permitía discernir un bulto en la enorme cama.

--¿Abuelo? -llamó a la par que su mano iba hasta el interruptor, iluminando la estancia.

El abuelo Min se sobresaltó en cuanto su nombre fue pronunciado, se apresuró a meter en su boca el resto de aquel manjar de chocolate que tanto esfuerzo le había costado obtener.

Y es que la egoísta que tenía por hija mantenía toda la comida deliciosa escondida, mientras que a él le tocaba alimentarse con un montón de hojas y vegetales que, aparte de desabridos, sabían horrible.

Hoseok se acercó hasta la cama, donde el mayor se mantenía levemente girado a un costado para que no se percatara de que estaba comiendo.

--¿Estás bien, abuelo? -cuestionó con evidente preocupación, colocando su mano en el hombro del mayor, quien -inteligentemente- escondió bajo la lengua los restos del bombón excesivamente dulce que no tuvo tiempo de tragar.

Hoseok frunció el entrecejo al no recibir más que una mirada contrariada. Era extraño no ser recibido con alguna reprimenda por haber evadido durante tanto tiempo aquel encuentro. Y es que el abuelo llevaba un tiempo ya solicitando su presencia, más él había hecho todo lo posible por eludirlo.

Pero como nada dura para siempre, le fue imposible negarse esta vez tras el ultimátum enviado por el veterano cascarrabias.

--Veo que al fin te dignas a aparecer, pequeño ingrato. Creí que esperarías hasta mi funeral para venir a verme. -le reprende con la voz estropajosa debido al obstáculo bajo su lengua, Hoseok evitó blanquear los ojos ante la dramática queja del mayor.

Mi Inocente Doncel 《HopeV》Where stories live. Discover now