Capítulo XVI

26 12 16
                                    

Jane:

Oops! This image does not follow our content guidelines. To continue publishing, please remove it or upload a different image.

Jane:

Sentía dolor, un fuerte ardor proveniente de mis antebrazos. Percibía como las gotas de sudor recorrían mi rostro y parte de mi cuerpo. Era imposible que la muerte se sintiese de esa manera, estaba segura de ello, así que abrí los ojos.

Me encontré tumbada en una camilla de hospital, con un cuerpo conocido recostado en un sillón a mi derecha. No debería estar allí, no así. La desesperación y las lágrimas comenzaron a descender desenfrenadamente de mis ojos. Intenté arrancar los sueros de mis brazos, pero fue entonces, que la persona recostada al mi lado se levantó debido a mis fallidos intentos por levantarme.

—Jane —dijo aquella voz que definitivamente reconocía, el ruso.

— ¿Qué haces tú aquí? —solté abrumada por su presencia—, vete —le ordené y continué sacando la aguja que yacía en mi brazo, sin el más mínimo cuidado.

—Quédate quieta —elevó la voz y en menos de dos segundos, ya estaba a mi lado, inmovilizando mis manos y envolviéndolas con una de las gasas que había en la parte superior de la camilla.

­—Vete, Matteo —hablé bastante indignada, no quería verlo, ni a él ni a nadie, quería estar sola.

—No pienso moverme y, mientras tú estés bajo mis cuidados, tampoco vas a hacerlo —su carácter fuerte salió a la luz como uno de sus intentos por hacerme entrar en razón.

—Lo que yo haga o no, es mi problema —lo miré con rabia—, tienes una vida bastante complicada ya, como para inmiscuirte en mis asuntos, así que fuera.

—Me diste derecho a meterme en tu vida, desde el día que entraste en la mía sin que te diera consentimiento de ello —alzó su voz y presionó el agarre sobre mis muñecas lesionadas, que, gracias a ello, habían comenzado a sangrar.

— ¡Suéltame! —grité—. No quiero que cuides de mí, tengo 18 años y sé hacer eso sola —le recalqué—. Matteo, yo no tengo culpa de que tu vida frustrada en Rusia no te deje dormir por las noches, así que déjame en paz y búscate otro premio de consolación.

Pareciera que mis palabras hubieran presionado un botón que definitivamente no debía haber tocado. Su rostro se transformó por completo, pasó de ser de ser simple indignación a un odio intenso. Sus pupilas se dilataron, su mandíbula se tensó y las vendas que cubrían mis manos, terminaron encharcadas en sangre por las heridas abiertas.

—No sabes de lo que estás hablando —dijo despacio, con la boca cerrada y de una manera que hubiera hecho temblar hasta el mayor de los valientes—. Si quieres morir, pues adelante, hazlo —aumentó la tensión su agarre—, inténtalo aquí, frente a mí, no voy a llamar a nadie. Pero no te escondas en cuarto paredes para huir de la vida como una cobarde.

—No te has dado cuenta, Matteo —le miré con desprecio—, eso soy, una cobarde, lo fui desde el principio. Por eso llamé a la ambulancia, quería morir con los mismos deseos que quería salvarme. Aunque debo admitir que, según mis cálculos, ellos debieron demorarse más tiempo.

—Nunca me pareciste la gran cosa, pero debo admitir que esperé más de ti, que solo una simple adolescente con problemas de depresión —se despegó y dirigió al otro extremo de la habitación.

Fue imposible no emitir un quejido cuando mis antebrazos se vieron libres de la presión que ejercía sobre ellos. Las heridas volvían a sangrar como en el momento en que fueron abiertas.

Pero él ni se inmutó cuando vio el daño que me había hecho. Era como si la persona con la que acababa de discutir hace un momento, no fuera el vecino atento que vivía frente a mi casa, sino un ser humano completamente diferente.

—Voy a llamar al doctor —anunció—, no te muevas de ahí, Anderson, porque te juro que no te va a ir bien si lo haces —soltó de malas maneras y salió por la puerta que dividía a mi habitación, del resto del hospital.

Estaba consternada en aquella camilla, ¿por qué simplemente no podía morir en paz? ¿Era tan largo el castigo que tenía la vida preparada para mí, que aún no me dejaba partir?

Aquellas últimas semanas habían sido horribles. Sabía lo que pasaría conmigo, pero el valor con el que solía hacer esas cosas, ya no estaba. Una parte de mí quería seguir adelante, no lo sé, darme una oportunidad, pero era imposible.

No fue hasta la llamada de Hamilton, que todo se desmoronó. Por más que mi psicóloga oline me trató con respecto al tema, aún era mucho para mí. Él me dio el empujón que necesitaba y cuando noté que las pastillas que tomé no me ayudaban en lo absoluto, pues, tiré la toalla.

—Disculpe —entró el doctor y una enfermera con el material necesario para curar mi brazo—, ¿qué ha sucedido? —preguntó—, ¿por qué esas heridas están en ese estado?, ¿ha vuelto a hacerse daño otra vez?

—No —dije en un tono frío—, he tenido un pequeño accidente mientras intentaba ponerme de pie, es todo —respondí, mirando a Matteo directamente.

—Bueno —sentí el suspiro del doctor—, le sugiero tenga más cuidado a partir de ahora —pasó la mano por mi cabeza y se centró en observar cómo la enfermera cambiaba el vendaje y controlaba el sangrado.

—Doctor —intervino Matteo, interrumpiendo el silencio—, ¿puede ya volver a casa?

—Si no hubiera tenido este incidente le diría que sí, pero hasta mañana no le daré alta médica, disculpen, pero tendrán que quedar en el hospital —se lamentó y sin más que decir, se marchó con la agraciada enfermera.

Las horas más largas de mi vida, el reloj marcaba las nueve de la noche y, Matteo no se había despegado de ni siquiera un segundo para ir a comer. Su postura se había mantenido firme, callada y bastante fría, con la vista incrustada en la pared y en el celular con el que llevaba rato jugando. Pero yo solo podía mirar el piso y el techo, estaba aburridísima.

—Jane — rompió el silencio, al notar que tenía la mirada fija en él.

— ¿Qué? —dije escueta.

—Lo siento —se veía una disculpa sincera—, te juro que no quería, se me da fatal manejar la ira.

—Me he dado cuenta —tragué en en seco.

— ¿Por qué lo hiciste? —preguntó sin más y se acomodó de manera tal, que pude verle el rostro.

— ¿Por qué no hacerlo? —le respondí de manera neutral, ambos estábamos demasiado agotados para discutir.

—Se supone que ya lo superaste, ¿no es cierto? —inquirió—, deberías estar bien.

—Nunca lo estuve, ni siquiera el mismo día en que me sacaron de aquella clínica —dirigí mi mirada al suelo y, fue como si hubiera podido recordarlo todo, recordarlo a él su mirada, sus manos, el miedo que sentía al estar cerca de aquella figura.

—Jane —mi pensamiento fue desconectado por la voz más cercana de Matteo—. No debí inmiscuirme en tu vida de la manera en la que lo hice, pero de verdad estaba desesperado, no sé por qué la idea de perderte, dolía de esa manera.

—No tienes que disculparte —intenté apaciguar su derrotado ánimo—, yo entré a tu vida como un huracán, haciendo y deshaciendo a mi antojo, así que estamos a mano —le sonreí y eso pareció darle mil años de vida.

—Hey, enana —se sentó en el borde de la camilla, encerrando mis frías manos entre las suyas—, no estás sola, sabes, puedes contar conmigo.

Si alguien hubiese dicho eso un año atrás, tantas cosas fuesen distintas. Pero ya para qué, ahora de Jane Anderson solo quedaban migajas, con sonrisas tristes para consolar sus ideas nefastas.

—Gracias por quedarte —mustié, sin dejar de mirarle aquellos preciosos ojos grisáceos—. Matteo, me gustaría descasar, ha sido un día bastante largo.

—Buenas noches, enana —besó mi frente, antes de levantarse e irse de vuelta a su lugar.

—Buenas noches, gigante.

Cuervo // Vínculo // ✓Where stories live. Discover now