Capítulo XXVII

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Jane:

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Jane:

Siempre he sido de esas que primero hace y luego se arrepiente, primero comete el pecado y después le reza a Dios. Amante de los riesgos y de cualquier sensación que me pusiera al límite. Por lo que la idea de volver a tatuarme, no sonó tan loca una vez logré formularla bien en mi cabeza.

Mi último intento de tatuaje, terminó siendo corregido por un profesional, pero bueno, yo había aprendido un par de cosas desde entonces. Así que preparé mi habitación para llevar a cabo la proeza, teniendo en cuenta todas las medidas higiénicas que me leí en una página dermatología.

En esa ocasión, escogería un lugar más fácil de mostrar y menos doloroso, la parte interna del brazo. Puse mi codo sobre la mesa, para que se mantuviese recto y lo menor tembloroso posible. Guiándome por el diseño previamente marcado sobre mi piel, la aguja comenzó a entrar y salir, dejando detrás un hermoso rastro de tinta oscura.

Luego de un tiempo, más largo del previsto, obtuve un resultado bastante bonito. Me vacilé un poco frente al espejo y cuando vi la hora en el reloj de mi celular, corrí a vestirme para mi salida con Matteo.

—Travis, si Matteo viene le dices que... —mis palabras se suspendieron en el aire, pues, el ruso estaba de pie en la sala de mi casa.

—Vaya, pensé que lo habías olvidado —sonrió con picardía y se acercó hasta mi lugar, para depositar un suave beso en mis labios.

—Imposible —murmuré como adolescente enamorada al fin.

— ¿Nos vamos? —inquirí, pero antes de que él pudiese responder, intervino mi hermano.

—No vas a salir así vestida.

Yo no llevaba nada del otro mundo, de hecho, una de las cosas que ni siquiera las visitas al psicólogo lograron cambiar por completo, fue mi forma de vestir. Por más que me atrevía a usar nuevas prendas, ninguna era lo suficientemente ajustada o provocativa para ser el centro de atención en la calle.

Llamadme lunática o machista, pero tengo mis antecedentes con los viciosos.

— ¿Y se puede saber por qué no? —me acerqué a Travis—. Son solo una remera y unos shorts.

—Pero ni siquiera parece que llevas unos puestos —subió un poco mi pullover, para que se viera el short bajo este—. Ahora sí, por lo menos la gente no va a pensar que andas desnuda —aseveró—, tú luego te andas quejado de las personas que te silban en la calle.

—Travis —volví a poner mi pullover tal cual estaba—, no porque la gente no pueda ver el short bajo mi remera, significa que tenga derecho a meterse conmigo. Lo que pase por sus mentes sucias, no es mi problema.

—Tú ve como quieras, luego no te quejes.

—No lo haré, y tú, Yeti del Himalaya, vamos.

Caminamos agarrados de la mano por lo largo del pasillo, hasta el elevador, el cual, como siempre, se tomó su tiempo para llegar. Nos adentramos en el reducido espacio y el señorito me arrimó contra su cuerpo, hasta que llegamos a la planta baja.

Cuervo // Vínculo // ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora