Capítulo XXIII

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Jane:

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Jane:

La cena transcurrió en un silencio abrumador, pues, Travis nunca soportó que hablaran mientras se comía y para ser sincera, hasta yo lo preferí. La mirada de Hamilton no había salido de mi cuerpo en ningún momento. Cada vez que levantaba la vista de la comida, me daba una sonrisa ladeada, expresión que me tenía asqueada, así que no volví a levantar la mirada mesa, a no ser para dirigirla a Matteo.

—Bueno, ahora sí, a lo que vinimos —anunció Yudy, una vez estábamos todos en la sala, acompañados por una copa de vino, excepto yo—. Hamilton tiene interés de colaborar con la empresa para la cual trabajo y que, por supuesto, va a ser recíproca con su clínica. Pero me pidió antes, que dieras tu testimonio sobre el experimento en una conferencia de prensa.

— ¿Daré mi testimonio y me largaré de allí? —pregunté fríamente.

—Por supuesto, linda —habló el doctor—, a no ser que quieras quedarte, claro.

—No, gracias —contesté a duras penas.

— Entonces, ¿Jane, harías eso por mí? —Yudy se puso de pie como quien quiere cerrar un contrato.

—Está bien.

—Ella siempre fue una niña obediente, bastante hábil, aunque, aún me sorprende que tenga pareja, antes era bastante arisca —soltó Hamilton sin más y yo me pegué a Matteo instintivamente.

—No hay necesidad de confundir las cosas, doctor —vociferó el ruso, que se había mantenido callado durante toda la conversación.

—Era solo un comentario, no hay necesidad de molestarse —aclaró él—. Bueno, me alegro entonces, Jane, de que hayas logrado acomodar tu cabecita. Entonces, te esperaré la próximamente en mi clínica.

—Está bien —me levanté de la silla—, ahora si nos disculpan, nos vamos.

— ¿A dónde, hermanita? —inquirió Travis.

—Sabes que no voy a contestarte, no sé ni para qué te esfuerzas —salí de mi casa con Matteo a rastras.

No había acabado de cerrar la puerta del apartamento del ruso y ya lo tenía abrazándome por la cintura como koala. Me escabullí un poco de entre sus brazos y me senté en el brazo de su sofá.

—Déjeme decirte que, aunque amo tu ropa enorme, estoy a favor que uses esa conmigo más a menudo, te marca un cuerpazo increíble.

—Matteo —exclamé avergonzada.

— ¿Qué? —dijo inocente—. Si dijera que mi vista no estuvo en tus nalgas durante toda la cena, sería el mayor de los mentirosos.

—No mires —hice como si tapase mi cuerpo con las manos—, no conocía tu lado pervertido, Yeti del Himalaya.

—Hay muchas cosas que no conoces de mí, Jane Anderson —soltó y sin previo aviso me levantó en peso en dirección su cuarto.

—Bájame, Kuznetsov —grité cuando vi que se paró frente a su cama y aún no me liberaba.

— ¿Y si no quiero hacerlo? —me retó.

—Te muerdo —anuncié desde una postura que no podría describirle, y le mordí la parte trasera de sus brazos.

—Eres una bestia —dejó mi cuerpo en la cama, revisándose el lugar en el que le había encajado los dientes.

—Aprendí del mejor —le guiñé un ojo me acomodé en su enorme y cómodo colchón.

—Nadie calcula a la loca de mi vecina —negó con la cabeza—, por lo menos me queda claro que sabes defenderte —comenzó a encaminarse hacia donde me encontraba recostada.

—Tampoco sabía que eras un psicópata pervertido cuando te conocí —dejé salir una vez su cuerpo estaba totalmente encima del mío y se podía sentir el calor proveniente de su respiración.

—Voy a bañarme —cortó cuando vio que intentaba zafarme un poco del peso de su cuerpo—, y cuando regrese vamos a conversar señorita Anderson, me debes una explicación.

—Te han dicho alguna vez que eres un viejo amargado —le puse mi mejor mala cara.

—No me molesta ser uno, sabiendo que has aprendido a querer a este viejo amargado —sonrió y se dirigió al cuarto de baño.

Me recree en la habitación de aquel ruso mientras se bañaba. Era increíble el orden que tenía en ella. Frente a su cama había una mesita, donde estaba su laptop, acompañada de un libro abierto de psicología.

Un pequeño estante junto a la derecha de esa mesa con clásicos de la literatura universal, desde obras de investigación, hasta filosofía. Mi sorpresa llegó cuando me encontré en el fondo de su librero una colección de novela juvenil, estaban los dos libros de la saga ¨Enfrentados¨ de Mercedes Ron, ¨Sentido y Sensibilidad¨, ¨Cumbres Borrascosas¨ y ¨Asfixia¨ de Alex Mírez.

Después de descubrir la joya literaria aquel hombre, no necesitaba hablar para ganarse mi corazón. Seguí observando detenidamente su habitación y, me encontré con varios discos de vinilo, acomodados perfectamente en la blanca pared. Su cuarto tenía un fuerte contraste entre lo vintage y lo moderno, dependiendo de cómo claro de cómo lo mirarse.

—Volví —se paró en el marco de la puerta, secando su cabello miel con una toalla.

—Te acabas de convertir en el amor de mi vida, espero que estés consciente de ello —señalé su estantería.

—Tú te convertiste en el amor de mi vida, desde la primera vez que te vi con "Boulevard" entre las manos —dejó salir una pequeña sonrisa y se encaminó hasta donde me encontraba depositando un suave beso en mis labios.

—Ojalá todo fuera tan sencillo como se ve desde estas cuatro paredes.

—A lo mejor si solo fuéramos nosotros en el mundo, tendrían más colores nuestras vidas, pero ambos sabemos que no es así —podía sentir su mano alejarse de mi nuca, hasta que tomó la liga que ataba mi cabello y tiró con delicadeza de ella—, así luces más tú, más desordenada.

—Oye —le di una apalmada en el pecho y luego me recosté en él—, gracias —mustié sintiendo cada letra de la palabra—, has sido lo único a lo que he querido aferrarme después de mucho tiempo —no dijo nada, solo sonrió y desató el nudo del pullover que yacía bajo mis senos.

—Voy a buscarte algo para que uses, ese pantalón te debe tener sin aire.

—Amor para ti —hice un corazón con las manos.

Saqué mis pantalones y me puse uno de los suyos de dormir. El olor a su perfume era mi adicción y con su ropa que contenía el aroma multiplicado por diez, tenía una relación tóxica.

Una vez estuve vestida, me abrazó desde la espalda y depositó irregulares besos a lo largo de mi cuello. Moví un poco la cabeza, para que notase mi incomodidad con la situación y se detuvo al instante. Levantó mi cuerpo en el aire y me ubicó en la cama de manera tal, que quedaba recostada boca arriba con parte de mi torso, encima del suyo.

—Jane, tenemos que hablar —dijo en un tono bastante serio.

—Esta va a ser una noche bastante larga —suspiré.

—Bueno, mejor que inicie ya, ¿no?

— ¿Estás dispuesto a conocer a Jane Anderson?

—Claro —dejó una sonrisa reconfortante y entrelazó nuestros dedos durante toda la historia.

Cuervo // Vínculo // ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora