Capítulo XXV

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6 meses después del accidente

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6 meses después del accidente

Jane:

Iba con Brown, agarrada del brazo hacia la consulta. Con un poquito de suerte y me darían ya de alta clínica, por mis considerables ¨avances¨. Yo deseaba salir de allí con todas mis fuerzas.

Cada sesión era una tortura distinta, una cicatriz de más. Todo siempre lo justificaban con la palabra ¨tratamiento¨, pero la verdad, es que, si eso era una cura, prefería morir enferma. A pesar de que Brown y los demás doctores, habían sido incondicionales conmigo, todavía quedaba él.

Se aprovechó de mis debilidades, de mi falta de amor propio, de mis pocas fuerzas. ¨La palabra de una suicida nunca valdrá nada al lado de la mía¨, ese era su mantra, la frase principal de su maldito himno. Aquellas palabras fueron la razón por la que siempre estuve callada, odiando un silencio forzado y, atándome a la desesperación que supone ver cómo te hacen daño.

—Hola a todos, buenas tardes —anunció, Brown, una vez nos encontrábamos dentro de la consulta.

—Buenas tardes —respondieron todos a coro.

—El día de hoy, uno de nuestros miembros nos deja —dejó salir con cierta melancolía—. Ella llegó aquí con una historia devastadora, pero ha sabido cómo mantener un equilibrio en sus emociones, por ello, quiero que le den un bonito aplauso a, Jane Anderson.

Me puse de pie, a la par que todos aplaudían y me dedicaban sonrisas de añoranza. En esos seis meses, había logrado establecer una especie de amistad con los miembros de aquel experimento. Así que, de alguna forma, me entristecía dejar de verlos.

Las condiciones en la que nos encontrábamos la mayoría de nosotros, impidió una empatía innata, pero con el paso de los días, ya todos nos sonreíamos. Vi a muchos partir, algunos en de vuelta a su tratamiento, otros de camino al cementerio. Había dicho tantas veces adiós, que cuando me tocó hacerlo, fue bastante complicado.

— ¿Algo que quieras decir, Jane? —inquirió con alegría Marissa, una niña de 16 años, tratada por bulimia.

—Supongo que los voy a extrañar a todos —dejé salir melancólica—, pero no quiero ver de nuevo a ninguno, al menos no aquí dentro. Los espero fuera, con el sol otra vez dándole color a sus caras bonitas, que aquí dentro perdieron la vida —fue lo último que dije, antes de que las lágrimas amenazaran con azotar mi rostro.

Me llevé un abrazo de cada uno de aquellos cuerpos destruidos, incluyendo el de Brown, quien me observaba con cierta añoranza y aún no había llegado a la puerta. Una vez me despedí de todos, tomé el pasillo principal y me dirigí hacia a la salida con una felicidad que no podría describir en palabras, por fin sería libre.

—Anderson —resonó la estridente voz de la cual había estado huyendo—, ¿no piensas despedirte de mí?

—Adiós —repliqué fríamente—. Ojalá nunca vuelva a verlo en la vida.

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