Capítulo XVII

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Jane:

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Jane:

Recuerdan eso de que me iban a dejar salir del hospital al otro día, bueno, sí que me dieron de alta al otro día, pero ya en la tarde. A mi queridísimo médico se le ocurrió hacerme todos los exámenes que se le pasaron por la cabeza, incluso me puso un suero con sales de hidratación.

Ya subíamos en el elevador de regreso a casa y, el pobre Matteo se veía devastado por el ajetreo con los doctores. Sus ojos estaban cerrados, con la cabeza recostada a la metálica pared del ascensor. Las puertas por fin se abrieron, dejando a la vista aquel pasillo desolado, que dividía su casa de la mía.

—Dentro de un rato voy a llevarte algo para que comas, necesitas alimentarte bien, el médico dijo que tienes las defensas bajas —comenzó a explicar, justo cuando me detuve frente a mi puerta.

—Como quieras —rodeé los ojos—, oye, y gracias por preocuparte —levanté un poco las comisuras de los labios y me introduje en mi casa, para llevarme una sorpresa que por poco me provoca un pre-infarto.

Estaba sentado en mi sofá, con las maletas alrededor de la sala. Su cabello rojo despeinado lo reconocería a kilómetros de distancia. Esa fue la primera vez que lo vi después del incidente. Joder, hasta había crecido, ahora era todo un hombre el que un día fue mi pequeño hermanito, Travis Anderson.

—Travis —pronuncié con cuidado su nombre y se volteó hacia mí.

—Jane —aquella voz ronca con la que conviví toda la vida, sonaba desconocida en mis oídos.

— ¿Se puede saber qué carajos haces aquí? —le solté sin remordimiento alguno.

Durante mucho tiempo, mi hermano fue la cosa más preciada en mi vida. Pero cuando él tuvo la oportunidad de ser mi salvación, terminó convirtiéndose en mi condena. Para él no tengo mucho que decir, lo odiaba con todo mi ser.

—Así es como me recibes después de tanto tiempo, mi querida hermanita —habló con esa sonrisa sínica, que me había dado el día en que me marché.

—Vete de mi casa, Travis —señalé el camino a la puerta—, eso, si no quieres terminar sacado de aquí por la policía.

—Relájate, señorita Anderson —bordeó el sofá y se paró frente a mí—. No vengo a colmar tu paciencia, al menos no por mucho tiempo —explicó—, pero voy a quedarme unos días en tu casa.

— ¿Y a ti quién te ha dado la autoridad de quedarte en mi casa? —le espeté y me le acerqué sin miedo, a pesar de que sabía, que, si él osaba levantarme la mano, iba a caer desplomada al suelo.

—Mi hermanita no se negaría a darme asilo, ¿verdad? —ladeó la cabeza—, no después de ser ella la responsable de que estemos en esta situación —en si cara se dibujó una sonrisa curvada.

Travis siempre me dijo que todo había sido mi culpa. Sabía el efecto que tenían en mí sus palabras, lo mucho que me pesaba haber sido el demonio emisor de tantas desgracias. Por eso no dudó en usar mis debilidades a su favor, porque era mi hermano, pero también un calculador innato.

Cuervo // Vínculo // ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora