32. Cataclismo

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Un día antes de año nuevo, la calma dejaba de ser calma, lo conocido pasaba a ser desconocido. Para algunos, la vida pasaba a ser muerte. La cuenta regresiva llegaba lentamente a su fin y ninguno de ellos era consciente de aquello, ni siquiera los mismos laboratorios. Aquel día, aquellas veinticuatro horas, fueron suficiente para que el tren se descarrilara y en consecuencia, que se aproximara a un destino desconocido. Desconocido, equivalente a algo terrorífico, nada asusta más que lo que no se conoce. Aquel fue el principio de todo, el principio del fin, inesperado y explosivo, como cual catástrofe en la vida. Aquella fue una de ellas. Un cataclismo.

Gerard entró en su habitación con la misma velocidad que un torbellino, se lo veía acelerado y un poco aturdido por alguna razón. Nía terminó de revolver su armario en busca de su atuendo navideño y centró su atención en su mejor amigo.

—¿Todo bien?

Cuando Nía habló, por primera vez Gerard pareció notar su presencia. El muchacho parecía poseído por sus propios pensamientos.

—El libro...

—¿Eh? ¿Cuál?

El guitarrista no respondió, simplemente se adentró en la habitación y comenzó a revolver el armario que Nía se había tomado tanto tiempo en ordenar. El hombre lucía desesperado mientas hacia volar las prendas de ropa por toda la habitación.

—¡Gerard! ¡Había ordenado eso!

Ignorando por completo a su compañera de habitación, Gerard soltó un gruñido y comenzó a hacer el mismo procedimiento con la cama, tiró los cojines y las mantas por toda la habitación, buscando algo de manera desesperada.

Nía no tardó en perder la paciencia y posicionarse frente a su amigo, evitando que siga haciendo un caos por todos lados.

—Tiene que estar aquí, tienen que estar aquí —murmuraba el rubio entre dientes, ajeno a todo. Tan sólo buscaba escaparse del agarre de su amiga y seguir buscando.

—¡Gerard Rodríguez! ¡Mírame!

Pero Gerard no lo hacía, seguía metido en su universo de terror.

Entonces Nía hizo lo único que se le ocurría en ese momento, extendió su mano y estrelló la palma justo en la mejilla de su amigo. El golpe se escuchó en toda la habitación, un auténtico guantazo.

—¡Auch! ¿¡Por qué hiciste eso!? —se tomó la mejilla con dolor.

—Era la única manera de llamar tu atención —se miró las uñas, comprobando que no había ninguna rota—. ¿Qué rayos te ocurre?

Gerard pareció pensativo por un minuto, hasta que una idea cruzó su cabeza. De vuelta, sus ojos eran fuego y miraban directamente a la que solía ser su mejor amiga.

—¡Tú! ¡El libro! Has sido tú, ¿verdad? ¡Has tomado mi libro!

El muchacho se acercó a Nía de forma amenazante pero la bailarina encontró la forma de escabullirse y escaparse a la otra punta de la habitación. Tuvo suerte que Gerard estaba cegado por la locura y no notó el pánico en los ojos de la morena por un par de segundos.

—¿¡De qué diablos hablas!? ¿Por qué tendría yo tu estúpido libro?

—Yo... Yo... Lo tenía... ¡Y ahora ha desaparecido!

—Pues cuida donde pones tus cosas, no soy tu madre.

—No lo entiendes. ¡Lo necesito! ¡Joder!

Gerard tomó un cojín y lo estrelló contra la pared, causando que cayera un cuadro que estaba colgado allí.

—Cálmate, hombre. ¿Por qué estás tan desesperado por este libro?

infectIVO | OT2020Where stories live. Discover now