8. Aguas ensangrentadas

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La mañana siguiente hacía un frío atroz. Aquel que te helaba los huesos y te obligaba a buscar un refugio para no morir congelado. El día caluroso había sido solo una ilusión, ahora de vuelta a la realidad.

Aquella mañana Gerard fue el primero en despertar a las seis de la mañana. Sentía una euforia en su cuerpo sin razón alguna. Parecía como si el recuerdo de su hermano fallecido lo hubiese dejado de acechar por unas horas.

Tal vez era porque Anne se encontraba dormida desnuda justo a su lado. Su novia había vuelto luego de la conversación con Eva, de la cual no le contó ni una palabra, y las cosas habían surgido entre ellos. Una cosa llevó a la otra y ahora ambos se encontraban recordando los estragos de pasión de la noche pasada.

Gerard se sentía un loco enamorado, y los enamorados hacían locuras.

Aquella mañana tan helada, despertó a su novia y la obligó a acompañarla a un destino desconocido. Cuando llegaron, se encontraron ante la oscuridad de la piscina, no veían nada. Sólo eran ellos en aquella oscuridad.

—¿Pero tú estás loco? —había exclamado Anne ni bien ver el destino al cual Gerard la había llevado—. ¡Hacen veinte grados bajo cero!

—Venga, amor. El agua no puede estar tan fría, es climatizada.

Sin más que decir, Gerard comenzó a desnudarse completamente. Anne lo observó somnolienta. No entendía dónde había quedado el anterior Gerard. Aquel muchacho tímido y dulce. Parecía haber sido reemplazado por una nueva versión más alocada. Le costó un poco seguirle el ritmo, pero enseguida también comenzó a desnudarse y en un segundo ya estaban ambos dentro de la piscina.

Anne pensó que no le vendría mal olvidarse de todo lo que había pasado. Era más fácil.

—No me has contado lo que ha pasado ayer con Eva —murmuró Gerard.

La pareja se encontraba abrazada en la parte más playita de la piscina. Se habían estado liando por un par de minutos, pero ahora, disfrutaban del silencio mientras escuchaban sus corazones aletear alocados. Pero claro, Gerard no podía más con la curiosidad.

—Nada, Geri, lo mismo de siempre —mintió—. No solucionamos nada.

—¿Has intentado explicarte y aun así no ha dado su brazo a torcer?

—Sí... —suspiró—. Ya no sé qué hacer.

—No hagas nada —Gerard tomó la barbilla de Anne y la acarició para establecer contacto visual—. Ya has jugado todas tus cartas, ahora es ella la que tiene que tomar una decisión... Y déjame decirte que, si no te quiere en su vida, es una niñata inmadura y ella se lo pierde.

—No me gusta que hables de ella así —frunció sus cejas, apartando la mirada—. No deja de ser mi mejor amiga, Gerard, y ella está siempre primero a todo.

—Deberías revisar tus prioridades —respondió secamente, con un tono algo cabreado.

Anne se apartó un poco de los brazos de Gerard, lista para comenzar una discusión muy poco agradable. Pero una extraña figura dentro de la piscina más precisamente, al fondo de ella, le llamó la atención.

—¿Qué es eso? —preguntó Anne, desconcertada y señaló la figura. Con el mismo desconcierto Gerard se giró a mirarlo. La oscuridad apenas les dejaba ver de qué se trataba—. Qué miedo...

—Debe ser un flotador —Gerard se rascó la nuca—. No lo sé, sin mis gafas no veo mucho.

—¿Dónde está el interruptor de la luz? —murmuró Anne.

infectIVO | OT2020Where stories live. Discover now