20. Historia Criminal del Cristianismo

671 49 71
                                    

Flavio Fernández se despertó súbitamente. Ahogó un grito mientras tomaba una gran bocanada de aire. Se sentó en su cama y comenzó a respirar agitadamente. Sentía el miedo recorrer por su cuerpo, temblaba y sudaba de forma incontrolable. Tardó poco en darse cuenta de que estaba llorando.

Miró al reloj al lado de su cama, y a pesar de no estar usando gafas, pudo distinguir que marcaba las 3:27am.

Todavía tenía tiempo.

Se levantó como pudo, tiró las sabanas al suelo y se chocó contra todos los muebles en la oscuridad, pero no le importaba. Aun se encontraba respirando de forma dificultosa y su cuerpo se hallaba aterrado. En una de esas, tiró algo al suelo causando un gran estruendo.

—¿Flavio? —preguntó Samantha, con un tono somnoliento, acostada en la cama que solía ocupar Anne.

Sin embargo, el pianista la ignoró olímpicamente, demasiado desesperado para responder. En el mismo momento, se escapó de la habitación y comenzó a correr por el pasillo, sin importarle la oscuridad. Tenía un destino muy claro.

—¡Flavio! —Se escuchó gritar a Samantha.

El pianista no miró atrás. Con sus pasos temblorosos, corrió, sollozando en el camino. Corrió, y corrió, hasta llegar a su destino.

Finalmente, llegó hasta la piscina. Estaba todo oscuro, pero bajo una luz tenue, podía notar dos figuras recostadas en la reposera más cercana. Se acercó hacia allí, con las lágrimas cayendo por sus mejillas.

—¿Flavio? ¿Eres tú? —preguntó Eva, prendiendo la linterna de su móvil para alumbrar al recién llegado.

No obstante, Flavio también ignoró Eva. Se centró en la figura a su lado, que ya se había levantado alarmada al notar el estado del pianista.

—¡Tienes que alejarte de Nerea! —gritó el muchacho, aterrorizado.

Ana Julieta lo observó, completamente confundida, pero por alguna razón, aquel nombre y el estado de Flavio, le causaron un escalofrío por todo su cuerpo.

—¿De qué hablas? —preguntó la camarera.

El pianista se acercó hacia Ana Julieta y la tomó de los hombros bruscamente. Desde cerca, la camarera pudo notar el terror en el rostro de su compañero.

—¡Va a matarte! ¡Vas a morir! —sollozó, con la voz ahogada—. ¡Tienes que alejarte de ella!

La camarera quedó estática en su sitio, sintiendo la adrenalina correr por sus venas.

—¡Flavio! —Era la voz de Samantha.

La rubia corrió a gran velocidad al ver la escena y alejó al muchacho de la camarera.

—¡Déjame, Samantha! —Intentó soltarse del agarre de la rubia—. ¡Lo vi! ¡En mis sueños! ¡Vas a morir!

Todo el cuerpo de la camarera se hallaba paralizado por el miedo. No entendía absolutamente nada, pero había algo en las palabras de Flavio que lo volvían todo más escalofriante.

—¿Cuándo? —preguntó Ana Julieta.

—A las 3:33 de la madrugada —respondió el pianista, en un murmullo.

—Son las 3:40 —respondió la camarera, viendo la hora en su móvil.

—Hoy no —pronunció, completamente convencido—. Mañana.

Aquello dejó sin aire a la camarera. Por alguna extraña razón, las palabras del pianista le resultaban completamente verídicas.

—Flavio, cariño... Tranquilízate, por favor.

infectIVO | OT2020Where stories live. Discover now