11. Presunción de Inocencia

976 51 175
                                    

Cuando Eli se marchó aquella noche, nadie se volvió a preguntar por ella. Simplemente asimilaron que la de rastas tenía que pagar su condena y se olvidaron de que alguna vez estuvo allí. Ante sus ojos, Eli era una asesina y no había más que decir. Así que cuando se despertaron la mañana siguiente y ya no estaba, ni siquiera se lo cuestionaron.

Tres días concurrieron desde la partida. Las cosas parecían estar en una falsa calma. Había paz en el ambiente, pero cualquiera que lo viera desde fuera diría que era un vacío. Era el vacío que habían dejado sus tres compañeros.

Aun quedaban trece, pero las ausencias comenzaban a notarse. Igualmente, intentaban ocultarlo con conversaciones y bromas en las diferentes comidas, pero simplemente, nada era lo mismo de lo que había sido la primera semana.

Hablando de Eli, Bruno había quedado un poco trastocado luego de la marcha de la narcotraficante. No la consideraba su amiga del todo, pero sin embargo, ambos lograban convivir y pasársela bien cuando estaban en aquella habitación. Era como si viera una diferente versión de la mujer, no obstante, cuando salían de aquellas cuatro paredes, Eli fingía que no lo reconocía.

Se encontraba sentado en su propia cama, ahora miraba la cama y el armario vacío de Eli. No había rastro alguno de que la mujer alguna vez había estado ahí. Sabía que debería repudiar a Eli y arrepentirse de haber compartido algo con ella, pero en su lugar, sentía un vacío.

No era la primera vez que tenía que despedirse de alguien.

Bruno aún recuerda la trágica muerte de sus padres. Tenía dieciocho años recién cumplidos cuando ocurrió. Un conductor borracho y un trágico accidente. Aquel día, el mundo se le vino abajo. Sus padres eran sus héroes. Ellos dejaron su país natal, Uruguay, para darle una mejor vida al pequeño Bruno por nacer. Había sido muy difícil para ellos despedirse de sus amigos y su familia, pero sacrificaron todo por su hijo.

Bruno jamás podría agradecerles a sus padres por todo lo que hicieron por él. La vida se los arrebató antes de que pudiera hacerlo. Por muchos meses, Bruno pensó que era el fin, sin embargo, cuando se hizo cargo del taller de su padre y se convirtió en un mecánico como él, comenzó a encontrar su rumbo nuevamente. Volvió a sentirse conectado con sus padres.

El uruguayo sabía lo mucho que dolía ver marcharse a alguien sin poder despedirte, y en parte eso sentía por Eli.

Dos suaves golpes en la puerta lo sacaron de sus pensamientos, rápidamente se limpió una pequeña lágrima y se giró para ver la puerta entreabierta.

Se sorprendió al ver a Flavio allí. Traía una bandeja con una taza y dos tostadas.

—Hola, Flavio —saludó con confusión—. ¿Cómo estás? ¿Necesitas algo?

—Nada —sonrió avergonzado—. He visto que no has bajado a desayunar. Yo... Te traje algo, espero que no te moleste.

Flavio bajó la mirada algo apenado y Bruno sonrió agradecido.

—Muchas gracias, de verdad. No tenía muchas ganas de bajar hoy.

El pianista tomó aquello como una señal para adentrarse en la habitación y depositó la bandeja en la cama, para luego sentarse al lado.

—Eh, yo... Lo he notado... —dijo por lo bajo—. Te he visto algo decaído últimamente... Lo siento si te parece raro —se acomodó las gafas con vergüenza—. No hablo mucho... Pero... Si necesitas, ya sabes, alguien para descargarte... Estoy aquí.

En medio de aquel pequeño discurso, Bruno posó una mano en el hombro de Flavio para tranquilizarlo.

—Me vendría muy bien. Muchas gracias por preocuparte.

infectIVO | OT2020Where stories live. Discover now