25. La Cabaña del Terror

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Otro amanecer llegaba a aquel campamento en mitad del bosque. Todo era silencioso, sólo se escuchaban algunos pájaros cantar y el suave meneo de las copas de los árboles con el viento. La semana comenzaba a transcurrir y se esfumaba. Durante los siguientes días, los inmunes se vieron envueltos en diferentes actividades. Hicieron más reuniones al aire libre, fogatas, almuerzos, hasta se les ocurrió hacer unas olimpiadas, donde Nía Correia se proclamó ganadora y logró despejarse un poco de todo el dolor que la carcomía. Fue una desconexión total, algo que necesitaban hace tiempo. Todos estaban listos para seguir adelante y poder encontrar la cura para su pueblo al fin.

Sin embargo, había algo que no dejaba de atormentar la mente curiosa de Ana Julieta. Se había desconectado, se había divertido con sus compañeros, aun así, la misteriosa cabaña número once no dejaba de rondar en su cabeza. Aquella casita alejada de todas las demás, oscura, algo terrorífica. Parecía como si la construcción la llamara cada vez que pasaba por delante. Todo lo prohibido atrae aún más. Era como la manzana de Adán. La camarera tenía una vocecita en su cabeza que le repetía en bucle que tenía que entrar allí.

No tardó en comentarle todo eso a Samantha, su compañera de misterio e investigación. Su relación iba progresando lentamente, a pasos de tortuga, pero de a poco las cosas fluían un poco más. Algo era algo, y la camarera se conformaba como tal masoquista. No obstante, se vio algo decepcionada al ver que la rubia no compartía la misma curiosidad por la cabaña como ella. Samantha parecía agotada y lista para dejar ir cualquier otro misterio que la pusiera en peligro. Parecía que la rubia había perdido su alma aventurera.

Finalmente, y luego de muchas insistencias por parte de la camarera, el bichito de la curiosidad logró picar a Samantha. Ambas decidieron que lo más inteligente de hacer era entrar a la cabaña para ver que había allí y saciar su necesidad de respuestas de una vez por todas.

El último día que pasarían en el campamento había llegado, ya que por la mañana del día siguiente estarían volviendo al encierro en los laboratorios. El dúo detective acordó que el amanecer era el horario perfecto para ir a la cabaña. Apenas estaba entrando la luz del día, había mucha niebla y todos los demás estarían dormidos.

Se encontraron afuera de la cabaña número once. Hacía mucho frío aquella mañana, ambas estaban abrigadas de pies a cabeza y en el aire se formaba un humito cada vez que respiraban.

—¿Estás lista? —murmuró Samantha, con sus manos escondidas dentro de sus bolsillos.

Ana Julieta asintió, sin dejar de mirar la fachada de aquella cabaña. Desde cerca se notaba aún más sus paredes desgastadas y su aspecto abandonado. Sin duda, por dentro estaría llena de polvo. La reportera fue la encargada de abrir la puerta, estuvo varios minutos intentando forzar la cerradura hasta que finalmente lo logró. Cuando entraron, el olor a humedad y antigüedad se sintió en el aire. El polvo se levantó de inmediato y les contaminó los pulmones. Todo estaba oscuro, las luces no funcionaban, así que tuvieron que alumbrar con sus celulares. Las paredes estaban llenas humedad, el lugar lucía deshabitado hace tiempo. Sin embargo, los objetos estaban intactos. Nadie los había movido hace años.

Era muy similar a las demás cabañas, pero sin duda, era más amplia y espaciosa. A diferencia de las demás, tenía un gran escritorio donde yacían varios objetos, dentro de ellos, una vieja radio, un mapa pegado en la pared, también había varios libros y carpetas. Nada parecía muy extraño. Vieron todo por encima, los archivos no parecían tener más que números y facturas de diferentes cosas.

Las mujeres se miraban entre ellas mientras revisaban todo. No era un lugar muy común para tener todos esos archivos, pero no parecía nada raro. La mayoría de las facturas estaban a nombre de los Laboratorios IVO.

infectIVO | OT2020Where stories live. Discover now