Capítulo XVIII: Encuentro

375 79 288
                                    

La luz era cálida, el calor de la habitación era agradable y unas suaves cobijas me cubrían

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

La luz era cálida, el calor de la habitación era agradable y unas suaves cobijas me cubrían. Estaba de vuelta a la realidad, desconocía cuánto tiempo llevaba acostada. Mi voz la sentía rasposa, necesitaba algo de agua y alimentos. Me senté con un esfuerzo descomunal, sentía mi cuerpo tan débil y herido. Max, quién traía consigo una charola de comida al verme despierta dejó las cosas sobre la mesa y corrió a atenderme.

— ¡Amelia! — pronunció suavemente, con ternura y preocupación. — ¿Cómo estás? ¿Cómo te sientes? ¿Quieres que te traiga algo?

Aun cuando sus oscuros ojos me observaban en busca de algún indicio de dolor o incomodidad y seguía dando preguntas simples me quedé estática.

Amelia.

Él sabías quién era yo. Él estaba preocupado por Amelia, no por Camila. Y eso era un sentimiento raro. Tanto tiempo llevaba fingiendo ser otra persona que empezaba a olvidar mi propio valor individual, empezaba a olvidar aquella reina solemne que guiaba un imperio entero, me había dedicado a ser solo una estudiante de nombre Camila.

—Repítelo. — le pedí mientras tocaba su mejilla y lo miraba deseosa.

— ¿Qué cosa? 

—Mi nombre —. Le respondí dando vuelta para tomar el vaso con agua que había traído, mi voz sonaba horrorosa.

—Amelia.

Aquel timbre de voz, la mirada cálida, sus manos paseándose sobre la piel de mi brazo, tomándome como él objeto más delicado que podría cuidar. Todo ello sofocaba mi pecho, alarmaba mi alma.

Escucharlo directamente de sus labios causaba un vuelvo en mi corazón, una extraña alegría y alivio descendía hasta mi estómago, luego estaba el horror de la noticia. Él sabía quién era. Y si me conocía podía ser el mismo culpable de mi reencarnación. Le entregué el vaso luego de terminar dejando salir un largo suspiro para hablar.

— ¿Quién eres? — le pregunté observándolo fijamente, parecía avergonzado —Parece que formulé mal la pregunta... ¿Qué eres y cómo me conoces?

El reloj que se encontraba la pared llenaba la habitación con su sonido, las manecillas del reloj seguían moviéndose y él solo pudo sentarse a mi lado. Me miraba, luego observaba sus manos y se fregaba la cara. Avergonzado, frustrado, un poco dolido.

—Su majestad no me recuerda —. Fue lo primero que dijo mientras se levantaba y empezaba a acomodar los cubiertos en la bandeja —Debería de comer algo antes de hablar.

Asentí, tampoco es como si pudiera hacer algo más, desconocía dónde estaba o cuánto había pasado. Las cortinas estaban cerradas, la habitación cerrada y sólo una persona podía ayudarme.

Regresó pronto a la habitación con un plato de sopa caliente, un pedazo de pan y algo de té para el final. Aun cuando la mano me temblaba no permitía ayuda externa. La sopa estaba deliciosa, lo debo admitir.

AmeliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora