Capítulo XIX: La verdad

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El suave meneo de mi cuerpo me termina levantando, enfrente está Max observándome y susurrando que debemos salir de la habitación y bajar a comer

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El suave meneo de mi cuerpo me termina levantando, enfrente está Max observándome y susurrando que debemos salir de la habitación y bajar a comer. Algo somnolienta me re pego a él, buscando su calor y aferrándome a la realidad.

—Cinco minutos más.

Respondo, volviendo a cerrar los ojos e inhalando el aroma de Max. Él me devuelve el abrazo y murmura algo de su felicidad genuina de obtener una muestra de afecto por parte mía. Ya un poco más despierta y consciente de la realidad lo empujo lejos de mí, pidiéndole un par de minutos para salir y mientras me preparase una buena comida.

—¿Qué mierda hice? — me pregunto entre susurros una vez sale de la habitación Max.

No niego que lo que pasó un par de horas atrás fue sensacional y le regaló algo de alivio a mi alma, a mi corazón y mi propia mente. El problema parte de lo rápido que fluyó todo. No existió queja o congoja por caer en la intimidad, pero hacer esto me sabía mal.

Yo no amaba a Max, o como se llamase en realidad.

Ciertamente su declaración y todas acciones realizadas con anterioridad me cautivaron. Puede ser la muerte, o solo un segador más, pero él mismo desafió las leyes de Dios con tal de salvarme. Y mientras más rasgaba la tela de recuerdos sobre mi primera vida iba notando aquellos encuentros fugaces que tuvimos y las promesas que me cumplió.

Lo atento que fue con mi versión de nueve años abandonada, la protección que me brindó a los doce y su consejo cuando reinaba. No, nunca estaba a mi lado, pero siempre cerca. Igual que mis últimos minutos de vida, preguntándome si mi deseo seguía siendo el mismo y confirmando mis ganas de vivir libre y feliz.

—Y luego está Camila.

La verdadera dueña de este cuerpo. Por más que me contuve un profundo y largo suspiro salió de mi boca, el tiempo se agotaba. Si, Max me había dado el calor de una familia, la felicidad de una amistad genuina y la libertad de una adolescente, pero todo a costa de otra vida.

Enojada por todo tiré las cobijas al piso y pataleé sobre ellas, actuando demasiado infantil, pero liberando mi estrés sanamente. Mi pierna estaba vendada, un par de moretones relucían y mi piel lucía diez veces más pálida. Ya con mi estómago rugiendo rebusqué por toda la habitación algo decente para salir de ahí.

—Ahora solo debo calcular cuántos días han pasado del trato entre Camila y la muerte.

Me dije mientras terminaba abotonar el vestido de encaje rojo que encontré, el cual me llegaba a las rodillas y contaba con mangas para mantenerme en calor. A un costado de la puerta un par de tacones negros me esperaban. Luego de revisar lo bien que me miraba frente al espejo salí de la habitación, reconociendo que no era mi casa y menos sabía dónde me encontraba.

—Quizá debí preguntarle al respecto.

Me regaño una vez cierro la puerta y observo lo blancas que son las paredes. Para llegar al comedor me guio por aroma a comida, un poco avergonzada por caer en ello, pero siempre al pendiente de cada objeto y pintura encajada en la pared. Bajo con cuidado las escaleras y doy con la mesa, donde los cubiertos y platillos se encuentran disponibles. No es hasta que me siento y veo a Diego entrar que me acuerdo de lo más importante.

AmeliaWhere stories live. Discover now