Capítulo XXIV: Lágrimas

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Estaba agotada.

Mental, física y psicológicamente. No acostumbraba a realizar actividades físicas extenuantes, comer de forma desproporcionada ni dormir un par de horas.

Estúpida Alexa.

Aun cuando Max era la muerte en vida y yo una mujer reencarnada, trasladar su cuerpo fue difícil. Luego de despedirnos de Diego tuvimos que tratar como pudimos sus heridas y limpiar lo asquerosa que se veía. Arrastrarla no era conveniente, entonces ahí íbamos, cargando su cuerpo de forma natural en la madrugada, saliendo del bosque.

Súmale que la propiedad de la familia de Diego estaba en el otro extremo y que la ciudad cobraba vida luego de las 7 am. Misma ciudad que estaba en toque de queda por cuatro cadáveres colgados en el instituto. Para alegría nuestra el inútil del rubio tenía un cobertizo entrando, mismo donde dejamos a Alexa encadenada como animal.

>> Creo que un animal tiene mejor vida. <<

Llegué molida. Sudada. Apestosa. Y aun cuando me quedé bajo la regadera una hora entera el sentimiento de suciedad seguía estando conmigo. Me acosté un rato, tratando de dormir, solo que a las dos horas Johana necesitaba verme con urgencia.

Max desapareció, Diego seguía sin llegar y solo me quedaba desayunar con ella en un terrible y tensa situación.

— ¿Salieron en la noche? —me preguntó apenas dio un bocado al cereal.

— No sé de qué me hablas, Johana. —mentí, esquivando su mirada y pasando un poco de leche tibia por mí garganta. Rico.

— No soy estúpida, Camila —clamó mientras terminaba de masticar, de nuevo — Fueron por la perra de Alexa y no me invitaron. No permitiste que me vengara.

— Johana nosotros no...

— ¡Claro que ustedes fueron! Salieron a hurtadillas en medio de la noche, cuando las luces estaban apagadas y yo dormía cansada por tanto estrés y ansiedad que me provoca ver a Clementina así. —dicho esto se levantó de su asiento, desperdigando sobre la mesa todo el contenido que restaba de su plato— ¿¡Por qué yo no podía ir con ustedes?! ¿Qué no éramos amigas, confidentes, cómplices?

En menos de segundo ya la tenía frente a mí, con la cara roja del coraje y respirando cual toro bravo. Su cabello que solía brillar y caer en caireles había perdido su vitalidad, su rostro ganó un par de años desde la vez pasada que estuvimos asó de cerca y hablando. Amabas habíamos cambiado en cuestión de semanas.

Dios, ¿qué había hecho?

— Es por eso. —admití luego mirar como las lágrimas buscaban escapar de sus almendrados ojos —Somos amigas y cómplices. Y no puedo permitir que algo más grave pase.

— ¿Y Clementina? —me preguntó de repente, añadiendo limón sobre la herida que ella representaba — ¿Por qué no la protegiste? Pudiste dejarla atrás, igual que a mí.

— Johana tu sabes que...

— ¿Qué?, ¿Qué sé? —me interrumpió para voltear mi silla llena de brusquedad, haciéndome tambalear — ¡No sé nada, Camila! ¿Pero sabes qué sí sé? Que mi mejor amiga, aquella que me ha acompañado por más de seis años está en una cama muriendo.

— ¡No está muerta! —regresé con la voz levantada para luego recibir una bofetada de su parte.

— ¿Y cómo llamas a su estado?, ¿Cómo puedes decir que está vida teniéndola postrada en una cama? —desconocí el momento en que fui levantada y llevada a la habitación donde reposaba la menor de nosotras— ¡Mírala! No come, no habla, no mira, no es distinta a un muerto. Y todo esto es tu culpa, tu maldita culpa.

AmeliaWhere stories live. Discover now