Capítulo XX: Realidad

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No me volví a levantar hasta que escuché un llamado en la puerta, no había que ser un genio para saber de quién se trataba

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No me volví a levantar hasta que escuché un llamado en la puerta, no había que ser un genio para saber de quién se trataba. Con la almohada pegada a mi le permití el acceso a la habitación a Max.

—La situación de Clementina es más estable. — me contó luego de sentarse sobre el colchón y manteniéndose cerca de mí.

Simplemente le respondí con un sonido indescriptible, no tenía ganas de hablar, el tema de Clementina me ponía mal. Era culpable de lo sucedido y si ellos no hubiesen llegado estaría muerta. A pesar de haberme engañado por años remarcándome que las relaciones interpersonales se volvían peligrosas cuando existía un vínculo sentimental había caído y disfrutado de una amistad que inició mal.

Pero en algún momento tenía que ir a la habitación de ella y disculparme.

Tenía que confrontar mis miedos, mi ira y a mi amistad con las chicas. Me senté al instante para dar el primer paso de mi lucha interna y de igual forma iniciar el plan de venganza.

—Recuerdo que en un mensaje me dijiste que dieron con la madre de Alexa, ¿la tienen?

—Si — me confirmó mientras terminaba se sacar los cabellos sueltos de mi cara —Es una señora lamentable, se alegró mucho de nuestra visita y accedió acompañarnos para despedirse de su hija.

—¿Despedirse?

—Está muy enferma. No tiene cura. No tiene familiares, su esposo la abandonó y su única hija nunca la visita. — me platicaba mientras sacaba de su bolsillo izquierdo su teléfono celular —¿Quieres tenerla aquí, con nosotros?

De haber sido otra situación probablemente yo misma hubiese accedido a compartir sus últimos momentos de manera agradable, a base de mentiras e ilusiones. Me daba una ligera idea del sentimiento que resguardaba en lo profundo de su corazón Alexa, ira, miedo, frustración ante una enfermedad incurable. Pero debía tomar justicia.

—Si... Llámale a Johana y pídele que hagan un vídeo de sorpresa a su hija. Este será su última conexión entre ambas.

La puerta que había permanecido entre abierta terminó impactando contra el mueble debido a una fuerza externa, específicamente Diego. No habló, solo se quedó ahí, estático, con una mirada cargada de juicio.

—¿Qué quieres? —me atreví a preguntar luego de ser interrumpida con su misma presencia y lo ensordecedor del silencio.

—¿Qué planeas hacer? —contra preguntó. Una de las cosas que más me enojaban era lo descortés que era una pregunta como respuesta, detalle que dejé pasar con Diego.

—No te incumbe.

—Claro que me incumbe, usurpadora —respondió molesto para acercarse y arrebatarle su teléfono a Max. —Tengo que lidiar con una secta demoniaca, entregar un ángel de la muerte al cielo y desaparecer la anomalía de Monte Molt.

AmeliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora