Capítulo XXVI: Nuestro último amanecer

291 48 85
                                    

Me sentía como protagonista de película de acción, de aquellas que disfrutaba en compañía de Jennifer donde terminaba sorprendiéndome por los efectos especiales y atragantándome con palomitas de maíz. Saliendo en compañía de un par de hombres extra ordinarios y una perra loca en la madrugada, vistiendo todos de negro y con un par de armas encima.

Matar a un par de hombres no traería la solución a Monte Molt, ciudad que debía volver a la paz , y por eso nos aseguraríamos de que aquel demonio y sus seguidores desaparecieran por completo. Aun mantenía latente el recuerdo que me hizo vivir aquella escoria falsa, la misma que le lavó el cerebro a Alexa y logró capturar tantas víctimas para fortalecerse. Si, porque aquella que juré mi enemiga terminó accediendo a colaborar con nosotros y así obtener venganza.

Ridícula.

O quizá yo era muy buena en el juego de la manipulación. Los humanos siempre tenían debilidades, aspiraciones, algún trapo de donde tirar y revertir su posición que juró mantener en algún momento de su pequeña existencia. Eso pasó con Alexa, quién terminó cansada de llorar y sucumbir al dolor infligido por mi propia mano. Demostró ser igual que un perro, un animal al que no le importaba ser maltratado si le dabas un premio de consolación al final.

Toda su ira fue proyectada ante la verdadera maldad que vivía en Monte Molt.

Las heridas físicas ya no cubrían su cuerpo, todo desapareció con un poco de magia, divinidad, y las suaves manos de Diego. Al igual que hizo conmigo, solo que tal era mi herida que la seguía resintiendo a nivel emocional. Cada golpe que recibí, las veces que luché por mantenerme apegada a la vida, todo a lo que sobreviví lo llevaba grabado en el alma.

El reloj de igual forma avanzó otro minuto, solo que esta vez ya no hubo ningún desequilibrio entre mi alma y el cuerpo de Camila, ahorrándome todo tipo de dolor físico que pudiese hostigarme antes de cumplir mi misión. Max se había encargado de ello la última noche que compartimos sábanas. Se había postrado ante mí en su verdadero forma, delineando y permitiéndome observar como fluía mi alma entre las venas de Camila.

Fue ahí cuando miré el color de su alma. Tan cálida y brillante, escondida en lo más profundo de su ser, comparada conmigo que estaba bañada en todos sobrios y el único resplandor que emitía se desbordaba como un rastro de sangre. Fue aquella noche donde el rojo me pareció el color más hermoso del planeta al tenerlo reflejado en los ojos de Max y los exquisito que podía ser la cabellera negra.

Y ahora podía vislumbrar una parte con la luz de la luna, pues Max podría esforzarse para lucir humano, pero una vez observada la belleza antinatural que representaba me daba una impresión que no era muy bueno para jugar a las escondidas. Aun cuando recortó el largo de su cabello e intentaba ocultar el tono de sus iris, en la oscuridad se percibía su verdadera naturaleza. Sobre todo al tenerlo parado junto a mí, sosteniendo mi mano, aferrándose a mí.

Me gustaría que Dios nos permitiese reencarnar y así ser felices.

Aunque este pensamiento solo quedará resguardado en mi mente. El ángel de la muerte había pecado hace muchos años, desobedeció la voluntad de Dios y resguardó mi alma para después permitirme reencarnar en un cuerpo nuevo con mis memorias intactas. Diego incluso me lo confirmó, Max debía ser castigado por oponerse al todopoderoso y escapar de sus responsabilidades divinas.

Luego estaba yo, una mujer que se dedicó al engaño y barbarie por años. Vendida, abusada y ultrajada por los hombres que me vieron crecer para convertirme en el tirano ideal. La gran reina de sangre, la mujer que masacró diversos pueblos y conquistó varios países para saciar su deseo de poder y diversidad. Quién poco se compadecía de los miserables, castigando a los pobres y ricos públicamente, infundiendo temor hasta en los niños recién nacidos.

AmeliaWhere stories live. Discover now