Capítulo VII: El nuevo

741 176 204
                                    

Aun con cinturón de seguridad abrochado, mi cabeza impacto contra el vidrio de la ventana cuando el auto giró bruscamente a la derecha, derrapando y descendiendo por toda la vegetación que decoraba al bosque

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Aun con cinturón de seguridad abrochado, mi cabeza impacto contra el vidrio de la ventana cuando el auto giró bruscamente a la derecha, derrapando y descendiendo por toda la vegetación que decoraba al bosque. Las reclamaciones y maldiciones no hicieron falta hasta que el carro dejo de andar luego de impactar fuertemente contra un árbol.

Estoy segura que, si no hubiese metido ambas manos, probablemente me torcía el cuello al ir de frente al asiento del copiloto. A mi derecha, Said, alias el gordo asqueroso, quedó desparramado en medio de los asientos frontales. Y para fortuna mía, Julio estaba muerto. Traía un trozo de vidrio encajado entre ceja y ceja, así como una expresión perdida y el rostro cubierto de arañazos y sangre.

De haber sido otra situación me estaría burlando a carcajadas.

Aquel compañero que aún seguía con vida se reincorporó rápido y salió del auto para estirarse y comprender qué mierda había sucedido. Me sorprendió cuánto soporto sin mostrarse alterado. En cambio, mis manos temblaban y el pecho me dolía por el tirón del cinturón.

—¡Estúpido teléfono! — gritó desde fuera Said para después arrojarlo a la hierba — No tiene señal la chingadera.

Desabroché el cinturón con cuidado y rebusqué mi teléfono entre los asientos, tenía la sospecha que algo interesante me encontraría para después salir. Lo tomé y leí en la pantalla el mensaje Huye proveniente de un número sin identificar. Sonreí y lo escondí dentro de la mochila que no había soltado desde que sale al medio día.

—Debería matarlo. — me dije mientras observaba como estaba sentado aquel hombre, intentando realizar una llamada a uno de sus hombres.

Me dejé caer sobre el pasto húmedo, observando como las nubes grises se posaban encima de nosotros, alejando la luz del sol y exclamando quejumbrosa para llamar su atención. Dejé mi mochila a mi lado y tomé precavida la navaja que escondí dentro de mi bota.

— ¿Qué crees que haces, niña? — me cuestionó mientras me apuntaba con su dedo y se iba acercando lentamente.

— No quiero morir —. Afirmé con mueca de dolor y miedo.

— No, no vas a morir — me dijo, sentándose sobre sus cuclillas para tomar mi rostro entre sus sudorosas manos — Puedo salvarte...

Sus pupilas se dilataron al instante, sus fosas nasales se expandían por la fuerte respiración y la caricia de confort buscaba ser más íntima. Nos habíamos salido de la autopista, su conductor estaba muerto, no había cobertura telefónica y él pensaba en follarme. Suprimí mi risa esquivando su mirada para alimentar su ego dominante.

— No creo —. Al instante rasgué la piel de su cara con mi arma al saberlo tan indefenso. Cayó sentado mientras tomaba su rostro, había sido un rasguño algo profundo desde su mejilla hasta la ceja de su ojo izquierdo.

Fue cuestión de segundo cuando me lancé sobre su cuerpo y acertando correctamente encajé la navaja dentro de su globo ocular derecho. La sensación fue similar a la que te brinda insertar un palillo dentro de un calamar, sabes que la carne es suave y aun así pone trabas cuando lo insertas al comienzo. Gritos de odio y dolor se hicieron presentes en medio de ese bosque.

AmeliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora