Capítulo XXV: Un beso de despedida

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Era el tercer día que salía a platicar con Alexa. Aunque no era que charláramos como dos viejas amigas, no teniéndola a ella encadenada junto al cadáver de su madre y yo buscando matar mi aburrimiento encerrada en casa, a la espera de un milagro.

Mi rutina actual era abrir la puerta, tomar el banco de madera y sentarme frente a ella. Mirándola fijamente, sin emitir ningún sonido y con cubeta de agua a lado. Diego me pidió que le sonsacara la ubicación de la secta, al igual que la identidad de sus líderes y el tipo de pacto que realizó con ellos. Pero poco me interesaba.

Tenía diez días.

Suspiré agobiada por mi situación actual. No me servía de nada arrepentirme en este momento y desear vivir una prospera y larga vida, manteniendo mi rol como usurpadora y una fachada que no me representaba. Ya había firmado un pacto con el ángel y no podía solo ignorarlo.

—Alexa —le hablé luego de intimidarla con mi silencio estos días — ¿Tienes sed?

No me respondió. Lo entendía, estas visitas que realicé en completo silencio estuvieron acompañadas de una pizca de maltrato. La cubeta con agua helada, el cuerpo de la señora sobre la mesa y las migas de comida tiradas en el piso. No era buena anfitriona con mis invitados, nunca lo fui.

Luego de haber tomado aquellas fotos de su madre siendo apuñala por mí una semana atrás le pedí a Max que usara un poco de su maga para mantener un poco más de lo habitual su cuerpo. Al final solo me indicó como embalsamarlo con éxito para tener ahí su recuerdo latente y atormentar el triple la paz de Alexa.

Ella si parecía una muñeca.

Con su lacio y recortado cabello rubio, la piel blanca y brillante por el bálsamo y el vestido negro que le compré. Con un par de flores disecadas envolviendo sus muñecas, ahí donde corté sus finas y cansadas manos. Era la hora de usarla.

—Seguro la curiosidad permaneció latente estos días, Alexa. Teniendo a la vista un par de piernas colgando de la mesa —Su mirada permaneció fija sobre mí, como siempre que me movía, y con esto a favor me levanté del banco donde descansaba para tomar a la víctima que provocó pena a mi conciencia—. Y yo te prometí ver a tu madre cuando nos reunimos cinco días atrás cerca de la iglesia, en lo profundo del bosque.

Descubrí el cuerpo embalsamado por una fina sábana blanca y lo levanté como si tratara de una muñeca de porcelana. Jugando con sus extremidades para simular que caminaba, desencajando la mandíbula de Alexa en el proceso y dejándola caer sobre sus piernas.

— ¿Sabes que tu madre esperó todos los días por ti? — Le conté mientras rebuscaba en el lugar las llaves de la cerradura que la mantenía cautiva —Siempre hablando sobre lo preciosa que era su hija, con la ilusión de verte y sentirse orgullosa por su única creación. Siendo consciente que lo mejor era estar lejos de ti para no incomodarte con su enfermedad.

Quizá era mi declaración tan honesta, la poca luz que se filtraba por la ventana o el sentimiento que le provocaba tener el cadáver de su madre encima que Alexa lloró. No era un llanto de dolor físico ni descontrol emocional, era tan puro y honesto que lucía linda. Probablemente esto era lo que hipnotizaba a los fetichistas con sus víctimas, un llanto que los conmoviera e hiciera desear provocarlo más.

—Una madre que fue desechada por su familia en el momento que dejó de servir. — y aun cuando no quería entrometerme más me veía en lo lejano, mi versión más joven siendo desechada cuando dejé de servirle a mis padres —. Es un poco cruel si lo piensas, ¿no? Tu madre no planeó caer en la cama de un hospital ni ser olvidada en el proceso. Pero su amor siguió siendo tan grande que hizo aquel sacrificio.

— ¡Cállate! — me gritó mientras se sujetaba a lo que quedaba de la mujer que la concibió —No sabes nada, no puedes hablar así...

—La diferencia es que yo nunca he abandonado a mi familia -la interrumpí, arrojando a lo lejos aquel balde de agua fría —. Podré ser todos los adjetivos des calificativos que conozcas, pero nunca he sido desleal a los míos. Y puede que no tenga mucho tiempo que conocí a tu humilde madre, pero en un par de días fue más feliz que los años de exilio que vivió.

AmeliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora