29. Primera

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Estaba feliz de que por fin terminase la semana; el año escolar terminaría pronto y todo había sido muy estresante en la escuela, en especial las interacciones con mi entorno social. Por suerte, Nicolas había cumplido su palabra: se estaba comportando como todo un príncipe de ensueño, apoyándome en todo y dándome ánimos interminables, incluso ya me estaba planteando contarle toda la verdad sobre mi clandestina inscripción a la Facultad de Arte.

Aquel viernes por la tarde nos tocó la clase de pintura por primera vez. Como siempre, me encontré con esos eruditos que tenían un talento inigualable para aquella disciplina; por otro lado, corroboré una vez más que yo no poseía una especial habilidad para aquello, y debo decir que me alivió darme cuenta de que Adrián tampoco la tenía. Nos divertimos mucho haciendo mofa de nuestros malísimos bocetos abstractos; reímos tanto que la profesora nos lanzó alguna que otra mirada despectiva. Pero daba igual, me lo estaba pasando genial y todo el estrés de la semana había desaparecido en unas pocas horas gracias a esas carcajadas.

Más tarde, como ya se me había hecho costumbre, fui a casa de Adrián a practicar mis habilidades actorales. Para no tener ningún problema, a mis padres y hermana les inventé que las clases duraban dos horas más porque nos estaban explicando un tema complicado. Sabía que era arriesgado mentir así, pero parecían estar tan contentos de que mi vida se estuviera «encaminando» que me creyeron casi de inmediato.

Y a Nicolas..., bueno, le solía decir que me reunía con mi hermana para que me enseñase cosas sobre la empresa. Había puesto tanto de su parte para que las cosas entre nosotros funcionasen, que cada vez me costaba más mentirle; pero algo en mi interior me decía que no le iba a hacer gracia que todas las tardes fuera a la casa de un chico para reunirnos en su habitación. Sentía que era una mentirita blanca necesaria para mantener la paz, y los hechos no me quitaban razón: hasta ese momento me había funcionado bastante bien.

Al llegar a casa de Adrián nos pusimos a practicar las escenas que ya tenía aprendidas de memoria. Días atrás, él había instalado una cámara para poder registrar mis progresos, y la verdad estaba sorprendida por mi mejoría. No podía esperar para que nos volviera a tocar la clase de teatro y demostrar mis dotes frente a todos.

—Eres un maestro impresionante —le dije mientras mirábamos la última grabación en la pequeña pantalla de su cámara.

—No hay un buen maestro sin un buen estudiante —me respondió sonriente—. Art, tengo que contarte algo —dijo de repente.

—¡Ay, qué misterioso! —bromeé, lanzándome en uno de los pufs del estudio.

Adrián dio media vuelta a una silla de madera y la posicionó frente a mí; se sentó en ella a horcajadas, apoyando sus brazos en el espaldar para luego lanzarme una mirada divertida.

—¿A que no sabes a quién le mandé un video de tu espectacular interpretación?

—No juegues, ¿qué hiciste? —le reproché incorporándome para lanzarle una mirada acusatoria.

—Tranqui, no la envié a Juilliard —se mofó entre risas.

La verdad, me estaba poniendo nerviosa. Sí, habíamos trabajado en el miedo escénico, sin embargo, mi único público hasta ese momento había sido él; aún nos faltaba pasar al siguiente nivel. Creí que estaba lista, pero al escuchar que más personas me habían visto actuar, empecé a sentirme en extremo incómoda.

—Dime ya, Adri...

—Oye, oye, no lo hice con mala intención. De hecho, fue muy improvisado. La otra noche estaba con Santi, ¿sabes? El chico para el que estoy haciendo el guión. Me dijo que estuvo haciendo castings para el corto y que que no había encontrado nada convincente; así que, no sé, se me ocurrió mostrarle uno de los videos que grabamos —explicó encogiéndose de hombros.

Somos luz de estrellasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora