65. Unitáte

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A los pocos días de mi misión secreta, llegó la noticia que solo Stefano y yo esperábamos. El juicio había sido desestimado, y al parecer, los socios decidieron organizar una reunión de emergencia para esclarecer el asunto, mis padres están como locos.

Por mi parte, más allá de los dramas de negocios, sentía que por fin estaba tomando las riendas de mi vida. La pasantía me estaba gustando más de lo esperado, había allí un trabajo creativo que nunca creí que existiría, incluso les hablaron a mis padres para felicitarlos por mi desempeño y el equipo de publicidad de la UVB, me había pedido que hablase sobre mi experiencia eligiendo carrera, en una presentación que harían para los estudiantes que se graduaban de la secundaria el año siguiente.

Adri y yo aprovechamos la tarde que nuestros padres tendrían la reunión para pasar un tiempo a solas en su casa. Me enseñó unas canciones en las que estaba trabajando para la banda y cuando estaba ojeando uno de sus tantos cuadernos, cayó el libreto que una vez yo interpreté en esa misma habitación.

—Oye, ahora que lo pienso, nunca me avisaste para ir a grabar la película de tu amigo —dije mientras sujetaba el papel en mis manos y recordaba aquellos días.

—Es verdad. Lo había olvidado por completo. Lo que pasa es que aún no se ha decidido a grabarlo, pero hasta donde recuerdo, seguías primera en la lista, no te preocupes por eso, tendrás tu momento de brillar —respondió observando el papel por sobre mi hombro.

—Algo me dice que te inventaste esa historia para subirme la autoestima.

Lanzó una carcajada al aire.

—Puede ser, nunca lo sabrás —dijo con picardía.

—Gracias por haber hecho tantas cosas por mí. —Me apoyé en su pecho y rodeé su torso con mis brazos.

Respiré su aroma y fui extremadamente feliz allí, en mi lugar feliz. El me plantó un beso en la coronilla.

—Sabes que siempre me salió del corazón hacerlo, mi niña portadora de luz.

—Ese es un lindo apodo nuevo.

—Creo que es demasiado largo —se quejó. —¿Hoy te quedas a dormir?

—Amaría hacerlo, pero mis padres no creerán que llevo durmiendo en casa de Diana, por tres días consecutivos.

—Aceptaré ese rechazo, solo si pagas tu cuota diaria de besos antes de irte —dijo tomándome por la cintura.

Luego me empujó hacia la cama, haciendo que caiga sobre mi espalda, para luego acomodarse frente a mí. Desde nuestra reconciliación, nos había costado mucho mantenernos alejados.

—¿Y que pasa si no quiero pagar?

—No existe esa posibilidad, lo siento —respondió poniendo la cara mas seria del mundo y luego me dio un pequeño beso sobre la comisura de los labios.

Le devolví el beso, haciendo que dure un poco más que el anterior.

—¿Con eso es suficiente? —pregunté.

El fingió que se lo pensaba.

—Yo creo que no —respondió y volvió a besarme.

Esta vez no se contuvo, su lengua se abrió paso entre mis labios y acarició con suavidad el interior de mi boca, encendiendo así un sinfín de terminaciones nerviosas, que hicieron todo mi cuerpo se erizarse. Metió sus manos por debajo de mi camiseta y me la quitó en un movimiento rápido, pausando apenas un segundo el beso, yo estaba a punto de hacer lo mismo con la suya, cuando mi teléfono empezó a sonar. Ambos maldecimos al mismo tiempo.

Somos luz de estrellasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora