4. Colisión y pugna

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Esa mañana mis padres insistieron en que serían ellos quienes me llevarían a la escuela antes de irse al trabajo

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Esa mañana mis padres insistieron en que serían ellos quienes me llevarían a la escuela antes de irse al trabajo. ¿Cuál era el motivo? Pues que querían hablar conmigo «de algo importante». Esa tarde tenían planificado un viaje de negocios, por lo que no habría otra oportunidad para hablar hasta que regresaran.

Siempre iban juntos a esos viajes: a mamá le gustaba controlar minuciosamente todas las decisiones que se tomaban acerca de la empresa y a papá le encantaba codearse con empresarios importantes. Digamos que eran sus viajes soñados, parecía que vivían una luna de miel cada vez que tenían que hacer algún negocio fuera de la ciudad. Por ese motivo, creí que al menos estarían de buen humor; pero gracias a la charla con mi hermana, supe de inmediato que no me esperaba un momento agradable, así que me preparé para la confrontación mientras me ponía el uniforme de la escuela. Cuando bajé a desayunar, mis padres estaban en la cocina, listos para empezar con el ataque que amenazaba con estallar desde anoche.

—¿Qué fue todo ese show de ayer en la Universidad? —me increpó mi padre sin darme oportunidad siquiera a sentarme.

De inmediato, continuó mi madre:

—No estarás otra vez con esas tonterías de querer meterte a esa carrera de hippies, ¿no?

No pude contenerme; estaba cansada, estresada y harta de todo y de todos.

—Sabía que iban a empezar con estas cosas, siempre hacen lo mismo, suponen antes de preguntar y vienen a gritarme sin motivo alguno. ¡No! Mami y papi, no estoy siquiera pensando entrar a la carrera de Arte, me llevan dejando claro por meses ¡QUE. ESA. NO. ES. UNA. OPCIÓN! Tranquilos, voy a hacer lo que ustedes quieran.

No había planeado alterarme, pero apenas empezaron a atacar supe que tenía que defenderme con garras y dientes.

—¡Ay! Miren a la pobre víctima —se burló mi madre, negando con la cabeza en señal de desaprobación.

—¿Qué te hemos hecho para que nos hables así? ¿Qué te ha hecho falta en tu vida para que nos faltes el respeto de esa manera? —me reprendió mi padre, usando las mismas frases victimistas de siempre.

—No me hicieron nada, tranquilos, solo estoy loca, no me hagan caso —les respondí con sarcasmo y salí de la cocina. Quería irme sola a la escuela, pero tenía que esperarlos para que me llevasen. Sabía que si no lo hacía sería un problema más en mi lista, y no lo necesitaba. Estaba cansada de luchar.

Me dispuse a esperar en el garaje de la casa hasta que fuera hora de ir a la escuela; volteé para ver si me habían seguido y, cuando corroboré que estaba sola en aquel lugar, me di la libertad de soltar las lágrimas de rabia que había estado reteniendo durante la discusión. No entendía por qué mis padres eran así, por qué me trataban así; parecía que lo único que querían era hacerme sufrir. Quería huir de esa casa y no volver más, pero era cobarde, no podía hacerlo.

Después de una travesía llena de gritos, discusiones y lágrimas en el auto de papá, llegué a la escuela un poco más temprano de lo habitual y me senté en el lugar de siempre. Aún estaba alterada por la pelea en la carretera, tenía los ojos hinchados y la cabeza me dolía, aunque me consolaba pensando en que cuando regresara a casa por la tarde, ellos estarían de viaje y así podría estar tranquila por unos días. «Todo va a estar bien», me repetía una y otra vez, intentando que la ansiedad no regresase a mi cuerpo.

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