3. Pozo sin fondo

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Diana abrió la puerta de su casa y me dejó entrar, no sin antes darme un abrazo

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Diana abrió la puerta de su casa y me dejó entrar, no sin antes darme un abrazo. Estaba con un enorme pijama amarillo puesto y traía su melena oscura recogida en una coleta desordenada. En su expresión podía notar lo ansiosa que se encontraba por escuchar lo que tenía para contarle. Subimos las escaleras hasta llegar a su cuarto, ella cerró la puerta y se sentó cruzada de piernas sobre la cama.

La casa de Diana era acogedora y pequeña; estaba en una zona poco transitada de la ciudad y a las paredes les hacía falta un buen retoque, pero la verdad es que hubo muchas veces que sentí esa casa más como un hogar que la mía.

—Art, cuéntame, cuéntame, ¡¿qué pasó con Matías?! ¿Y qué onda con tu último mensaje sobre «el chico miraditas»? Me tienes superintrigada desde hace una hora. En serio, ¡Cuéntamelo de una vez o te lanzo por la ventana! —me insistió entre gritos y risas, dándome golpecitos en el brazo. No pude evitar reírme con ella.

—Vamos por partes: primero que nada, Matías me dejó —le solté sin más. La cara de Diana me mostró una gran sorpresa.

—No...

—Sí, me dejó, así de la nada, sin anestesia y con una excusa barata.

—Pero ¿qué dijo?, ¿cuál fue su motivo?

—Dice que soy muy niña para él, que no me tomo las cosas en serio y que se dio cuenta de que necesita «superarse en la vida» y, supuestamente, yo se lo estoy impidiendo. Excusas estúpidas.

Diana me miró frunciendo el entrecejo.

—¿Estás bien? —indagó cautelosa.

Suspiré hondo antes de contestar:

—No lo sé, Di, no lo sé. La verdad es que, aunque sí peleábamos bastante, últimamente sentía que las cosas estaban mejorando. Sabes que yo me planteé dejarlo también, pero eso no quita que me haya tomado por sorpresa y que me haya dolido un poco saber todas las cosas horribles que piensa sobre mí. Según yo, él estaba superenamorado. —Lancé otro suspiro—. La verdad, sí me dio en el orgullo con sus palabras; cuando me dejó me puse muy furiosa, literal casi me peleo con un idiota en la carretera y....

—¿Qué hiciste? —me preguntó, angustiada. Diana me conocía, sabía que a veces me mandaba locuras.

—Al final fui tan patética que no hice nada, solo escapé lo más rápido que pude e intenté no pensar más en eso. —Me callé un momento antes de continuar—. Pero ¿sabes qué? Ya no interesa Matias, te tengo que contar lo que sí es importante.

—Ok, Matías en el pasado y Nicolas Miltmeyer en el presente —mencionó juguetona, y luego me miró con entusiasmo—. Dime, ¿qué pasó con el misterioso Nicolas?

—Terminé en una «discusión» con él; o sea, hablamos. ¡Yo le hablé, Diana! —confesé, cubriéndome la cara con las dos manos.

—¡¿Qué?! —chilló con una sonrisa traviesa que hizo que sus ojos rasgados parecieran dos líneas apenas perceptibles—. No pares ahí, maldita. ¡Cuéntame! ¡¿Cómo fue?! —insistió, poniéndose al borde de la cama

Somos luz de estrellasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora