30. Cae el telón

501 62 29
                                    

Cuando Nicolas y yo llegamos a la casa, nos encontramos con todos sentados en el salón principal. Estaban los mismos de la cena: Julián, Fiorella, su hermano mellizo Stefano y, por supuesto, la anfitriona, Antonella. El lugar era menos ostentoso de lo que esperaba; el salón estaba decorado en tonalidades oscuras y las luces eran tenues. Habían puesto música de fondo y algunos bocadillos en la mesita del centro.

Nuestra llegada causó una ruptura en el ambiente. Nicolas me sujetaba la mano mientras saludaba a todos y les recordaba mi nombre. En cierta forma, me sentí mejor recibida que en la cena: me trataron con bastante amabilidad e incluso Antonella me acercó un vaso de cristal con lo que parecía ser un cóctel de ron blanco.

—Nic, necesito hablar contigo; encontré algo alucinante en los papeles que me dio mi madre esta mañana, tenemos que resolverlo antes del domingo —le dijo Fiorella a Nicolas apenas nos sentamos en el sofá.

No entendía de qué estaba hablando, supuse que sería algo de la universidad. Lo tomó del brazo hasta lograr que se pusiera de pie. Se veía estresada: su pelo rubio estaba sujeto en una trenza ladeada descuidada y traía unas ojeras grises que se acentuaban más por su pálido color de piel.

—Amor, ya vuelvo —me dijo Nicolas antes de acompañar a Fiorella por uno de los pasillos y meterse con ella en una habitación que se encontraba al fondo de todo.

Stefano estaba en una esquina, perdido en la pantalla de su teléfono, y Antonella había ido a coger una llamada a la cocina. Julián, al verme algo incomoda, me regaló una sonrisa y se sentó a mi lado.

—Así que nos volvemos a encontrar, Artemis. Supongo que tendremos que acostumbrarnos, tu familia es la favorita para ocupar un lugar en la sociedad de la UBV. —No podía creer que ya estuviera hablando de negocios.

—No entiendo a qué viene ese comentario; no estoy aquí por eso, solo quise acompañar a Nicolas y pasar una noche agradable con él y sus amigos como hacen las personas normales, ¿sabes? —respondí sincera. Julián lanzó un atisbo de risa.

—Entiendo. Pero más te vale causar una buena impresión o el negocio de tu familia podría truncarse —soltó burlón.

—Suenas como mi padre —respondí mofándome de su comentario. Él empezó a reír.

—Tranquila, aquí nadie juzga, es un limbo moral donde puedes hacer lo que te plazca —dijo chocando su vaso con el mío y luego tomando un trago—. Así que estás saliendo con míster Miltmeyer. ¿Puedo saber cómo ocurrió eso? Es de lo más curioso.

Su pregunta me descolocó un poco y de inmediato recordé los mensajes que vi en el teléfono de Nicolas aquella noche en la fiesta de Lu.

—No te hagas el desentendido; sé que tú y tus amigos estuvieron hablando de mí incluso antes de conocerme, seguro te sabes de sobra cómo sucedió todo.

Estaba siendo prepotente. La espinita de lo que leí ese día se me había quedado muy bien clavada en el fondo y era el momento perfecto para desahogarme. Me miró sorprendido, estaba claro que no se esperaba esa contestación.

—Mira tú, ¿de dónde sacas todo eso? —me preguntó con una sonrisa y tono altanero.

—Esto va a sonar mal, juro que fue un accidente. En una fiesta, Nicolas perdió su teléfono, yo lo encontré y en la pantalla había mensajes con mi nombre. Los mensajes eran de todos ustedes. En ese momento ni siquiera sabía quiénes eran; una vez los conocí, até cabos. Aunque supongo que esto también lo sabrás —expliqué imitando su semblante.

—Yo no haría afirmaciones con tanta ligereza. Nicolas no nos cuenta todo, solo algunas cosas. Y sí, puede que hayamos hablado de ti en alguna ocasión, pero solo estábamos analizando a los posibles nuevos socios y dio la casualidad de que la hija de uno de ellos era el interés amoroso de uno de nosotros. No me negarás que es un caso de lo más curioso, incluso sospechoso, diría yo.

Somos luz de estrellasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora