54. El vacío y la luz

429 39 68
                                    

Mientras Adri hablaba y apenas me enteraba de lo que me decía, sentí estar perdida en su mirada color chocolate y en la bella sonrisa que esbozaba cada poco. En cuanto noté que se quedó callado, me dio vergüenza admitir que no había prestado atención. Mi cara tuvo que decirlo todo, pues una risa de comprensión le iluminó el rostro y luego se acercó un poco más a mí:

—Vuelve a tierra Etoile —dijo divertido, agitando su mano en frente de mis ojos—. ¿Quieres mandar el mensaje a tu amiga?

—¿Mensaje? —pregunté, sintiendo el rubor subir por el rostro.

—Te lo acabo de decir: Celeste me dio el número que necesitabas para tu amiga Diana.

Una ráfaga de culpa me golpeó al darme cuenta de que, en todo este tiempo, ni siquiera había pensado en la situación de Diana y que, hasta Adri, quien no la conocía, se había preocupado por ella. Otro check para mala amiga agregado a la enorme lista.

—Oh, verdad, lo siento. —Agité la cabeza intentando centrarme—. Te daré su número para que se lo envíes de manera «anónima», como habíamos quedado, gracias.

Acabábamos de cenar en la cafetería del campamento, cuando Alexander, anunció que el resto de los días estaríamos incomunicados del mundo exterior, es decir: nada de teléfonos, ni internet. Supuestamente era para «motivar más nuestra creatividad»; así que, debíamos mandar mensaje a nuestros padres para que no se preocupasen.

La verdad es que la idea no me gustaba nada, necesitaba estar enterada de todo lo que pasaba en casa mientras estaba ausente, este viaje era de las cosas más arriesgadas que había hecho hasta el momento, sin embargo, no me quedaba más que acatar y rogar que la suerte estuviese de mi lado.

Después de las confesiones de Adri en la cabaña, los aires se habían calmado entre nosotros, pero en su lugar, el nerviosismo y la tensión se habían apoderado de mí, sin razón aparente. No podía dejar de mirarlo, de observar cada movimiento y quedar cautivada, hasta me sentía aletargada, como si todo fuese en cámara lenta.

La anticipación me estaba matado, no había ninguna línea delimitada, él había bromeado antes sobre dormir juntos, pero tal vez, era solo eso: una simple broma y en realidad, cada uno dormiría en su habitación. Entonces ¿por qué me sentía así?, quería actuar normal y no podía, aunque lo intentase con todas mis fuerzas; por otro lado, no me atrevía a indagar más sobre el tema, solo pensarlo, me alteraba el ritmo cardiaco y me nublaba la visión. Pensar en aquello me estaba chupando energía vital.

—Listo, enviado, hora de decir adiós a la civilización, a partir de ahora somos bestias salvajes del bosque —dijo divertido, interrumpiendo mis indagaciones mentales.

Solté una carcajada distraída y él lanzó su teléfono dentro del canasto que Alexander había dejado en medio del salón, yo imité su acción, luego de echarle un último vistazo al mensaje que había redactado para mis padres.

Casi todo el grupo ya estaba fuera del lugar, los profesores habían organizado una fogata con chocolate caliente y pastelitos para celebrar nuestra primera noche en el lugar, desde dentro, se escuchaban cantos e instrumentos a todo volumen. Parecían estárselo pasando genial.

Después de la dramática despedida de nuestros móviles, decidimos unimos al resto, ya no quedaban lugares cerca de la fogata, así que nos acomodamos al lado de un gran árbol, que estaba atrás del todo, el calor y la luz nos alcanzaba lo suficiente para estar a gusto.

—Lamento de verdad lo que pasó antes, en realidad, lamento todo lo que sucedió desde la fiesta de Julián —dijo Adrián de repente, con la vista fija en el fuego.

Su rostro brillaba en tonos cálidos, y las sombras que se forman en sus facciones lo hacían lucir poético, no podía dejar de sentir esa tensión entre nosotros.

Somos luz de estrellasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora