34. Faceta

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Una vez llegamos a casa de Antonella, ella, sin decir una palabra se metió en la cocina, supuse que estaba mosqueada por mi comentario de antes, estaba segura de que no le había hecho mucha gracia. Me sorprendí al encontrarme con Julián y Fiorella sentados en el salón, observándome con intimidantes expresiones, él esbozaba una tenue sonrisa, parecía estar disfrutando la situación y ella, de brazos cruzados, me miraba inquisitiva, no me extrañó que su hermano gemelo no estuviese presente ya que había sido, por mucho, el que mejor me había tratado la noche anterior.

—¿Y Nicolas? —pregunté con cautela, pero no sin dejar de mostrarme firme ante su infantil intento de intimidarme.

—Está guardando sus cosas en la habitación —dijo Fiorella con altanería y agitando su mano con desgana hacia el pasillo.

Asentí como respuesta y fui a buscarlo. Era absurdo, pero me encontraba muy nerviosa, las manos me sudaban y sentía una ferviente incomodidad en el pecho, se debía a que no sabía con cual Nicolas iba a encontrarme detrás de esa puerta, ¿sería el comprensivo? ¿El explosivo?, o quizás... uno que nunca había visto, la incertidumbre me estaba matando. No podía parar de repetirme las cosas que no debía decir y claro, lo más importante: asegurarme de que Adrián no entraría en la ecuación.

Cuando por fin estuve en frente de la habitación, tomé aire preparándome para lo que venía, la sensación en el pecho se intensificó y sentí que de nuevo traía el corazón en la garganta; entonces, rompiendo con la expectativa mi mano giró el pomo haciendo que la puerta se abriese, mis nervios estaban al límite de lo insoportable, podía sentir como cada molécula de oxígeno entraba y salía de mis pulmones.

Lo primero que vi fue a Nicolas guardando sus cosas en una mochila sobre la cama, estaba justo frente a mí; apenas me asomé levantó la vista, traía ojeras notorias, pero el resto de él estaba impoluto: el pelo peinado hacia atrás, la ropa impecable, llevaba un polo blanco a juego con unos vaqueros que le quedaban como pintados, se podría decir que su imagen era cautivadora, exceptuando una cosa: su expresión.

En cuanto hicimos contacto visual noté como su mano apretaba con fuerza la prenda que sujetaba, acto seguido su mandíbula se tensó y unos pequeños pliegues aparecieron en su entrecejo, quizás solo habían pasado unos segundos, pero el ambiente estaba tan tenso que sentía que llevaba una eternidad allí, atrapada entre su intensa mirada y el sofocante silencio.

Bajó la cabeza cerrando los ojos mientras se mordía el labio inferior, acto seguido tomó una respiración profunda, un segundo después soltó el aire con fuerza y dejando caer la prenda que traía en su mano regresó su mirada a la mía.

—Gracias a Dios estás bien —dijo por fin con una voz ronca.

Al instante empezó a caminar en mi dirección. Debo admitir que esas primeras palabras me sorprendieron.

—Sí, ya sé que no debí irme así, pero te dije que estaba en un lugar segu...

Fui interrumpida por sus brazos rodeándome y apretándome con fuerza contra su torso. Una vez más quedé anonadada, por mi cabeza estaban pasando miles de cosas mientras sentía la tensión desaparecer dando así un lugar al alivio.

Estando ahí, sumergida en él, no pude evitar percibir su embriagador aroma. Le devolví el abrazo y acurruqué mi cabeza sobre su pecho, pude escuchar los latidos de su corazón cual si fueran los míos, eran rápidos y agitados, como si acabase de correr una maratón.

—No vuelvas a hacer algo así —susurró acercándose a mi oreja. Puedo jurar que escuché su voz quebrarse al pronunciar esas palabras.

—Lo siento —respondí sin separarme.

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